Unas memorias de
Antón Rendueles en
exclusiva para The Adversiter Chronicle
Ir a consulta médica
En
aquellos tiempos de inocencia infantil ir a consulta médica era una
alteración de la rutina, no asistir a clase, ese anhelo de que la
cosa me brindara días de estar en casa y poder jugar hasta el lunes
siguiente. También engorro, no recuerdo una dolencia exacta y sin
embargo la imagen es nítida en sensaciones y lo vivido. La figura
del médico era venerada, con ese aura de alguien muy importante y
cuya palabra era ley en forma de recetas y tratamientos. El médico
de cabecera creo recordar que era el doctor Mier, al que recuerdo con
pelo blanco, en bata blanca y siempre una sonrisa y palabras amables
cuando me reconocía. Se me inculcó el respeto al bueno del doctor
desde niño con consciencia, mi abuela hablaba maravillas y todo el
mundo se refería al doctor Mier. Siempre fui acompañado de mi madre
y recuerdo el edificio con grandes escaleras y bullicio de gente
subiendo y bajando. Luego había vestíbulos inmensos con filas
interminables de banquetas, no sillas, con respaldo donde nos
apiñábamos los usuarios que se dice ahora. Recuerdo que la espera
se me hacía interminable, pesada y aburrida con el ruido de fondo de
murmullos, conversaciones en voz alta y filas y filas de gente
sentada esperando su turno. Hoy he visto el edificio de pasada,
convertido en centro de salud y que ya no abarca toda la ciudad, cada
zona con su centro de salud correspondiente. El doctor Mier ha dejado
este mundo hace muchas lunas aunque su recuerdo sigue vivo en mí y
supongo que en todos sus pacientes, al menos en mi universo infantil
sigue vivo, sentado detrás de la mesa de consulta, mi madre le
saluda y le da algo porque era costumbre llevar algo, algún producto
casero, no de valor pero sí de gratitud. Y debía ser bueno porque
he llegado hasta aquí.
Antón
Rendueles
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