Agustina no pudo evitar tocar de nuevo la hebilla del cinturón de seguridad. Se sentía atada al asiento, incomodidad necesaria mientras despega el avión, pensó para sí. Miró por la ventanilla el cielo azul salpicado de nubes blancas que le recordaban la niñez cuando se tiraba en la hierba y miraba las nubes en las que siempre encontraba una figura de un animal, a veces rostros grotescos. De nuevo se tocó la hebilla del cinturón de seguridad ansiando el despegue que la llevara con los suyos a celebrar la Navidad. La mayoría de sus familiares vivían lejos, en lugares lejanos que algún día visitará. Repasó mentalmente otras navidades donde rostros conocidos volvían a la vida, recordó la primera navidad como madre y adornar el árbol con el bebé mirando curioso las luces y los brillos de los adornos navideños. Quería llegar y hacer lo mismo con su nieta, que al principio siempre se muestra remolona como la niñez ante la vejez, aunque Agustina no se sentía vieja como anciana, tenía algún achaque, los viajes en avión se hacían cada vez más pesados y sólo el ansia de ver la familia lograba darle fuerzas para montarse en avión, más rápido que el tren donde el viaje se le hacía eterno. Sí sentía cansancio, fatiga vital había leído en alguna parte y echó en falta no haber traído un libro, una revista, el periódico, algo para aliviar las horas de vuelo, largas aunque cómoda en la silla aunque el cinturón de seguridad era molesto, al menos cuando sirvieran algo de comer ya estaría libre de la atadura. Recordó a su difunto esposo y sintió una lágrima brotar, despacio, asomando casi pidiendo permiso. El viajero a su derecha le dice algo, pero Agustina no le entiende, debe de ser extranjero. Agustina le mira y asiente con la cabeza, no sabe qué narices le habla ni en qué desconocido idioma. El viajero la mira, va a decir algo pero gira de repente el rostro y habla con otro pasajero. Pobre hombre, piensa Agustina, seguro que se siente solo sin nadie que le entienda, tampoco la azafata está a la vista para que le atienda y Agustina siente pena por el desconocido viajero que habla en lengua extraña. Agustina cierra los ojos y siente que el sueño hace acto de presencia, mejor, así cuando aterrice y vayan a recogerla estará fresca y descansada para la cena de Nochebuena. Además, tiene esa fatiga en el pensamiento que sólo se calma echando una buena siesta...
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
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