Unas memorias de
Antón Rendueles en
exclusiva para The Adversiter Chronicle
El partido de los
sábados
El
alumnado de cada curso se dividía en dos clases, A y B, lo cual
acarreaba cierta rivalidad a lo largo del periplo de la EGB. Dar
patadas al balón era el medio definitivo de demostrar superioridad
de A sobre B y viceversa. Cuando había buen tiempo, pese a que me
tocó mojarme más de una vez, los viernes quedábamos para medirnos el sábado en alguno de los campos de fútbol más o menos reglamentarios
disponibles aunque ya desde el jueves se corría la voz de quién quedaba para jugar. El campo de la Universidad era donde solíamos jugar
tras un curso en que nos encontramos clausurado el campo
perteneciente a un establecimiento hostelero en decadencia y popular
en otros tiempos que nos sonaban lejanos.
Había
que desplazarse en autobús sin que faltara el típico compañero
rebelde que se colaba por la puerta trasera. No por pagar el billete
pues era de clase pudiente, supongo que le estimulaba el hecho de
hacer una hazaña. Quedábamos temprano para nuestros cánones y a las
diez y media de la mañana ya estábamos correteando, disfrutando de
sentirnos futbolistas por noventa minutos, tiempo donde acababan
surgiendo los molestos flatos, parar unos minutos para saciar la sed
y trotar arriba y abajo, con polémicas de jugar sin árbitro y si la
diferencia de goles era bochornosa la cosa se iba degradando hasta
que cansados y sudados poníamos punto final al encuentro...
Al
regreso, con el hambre asomando tras el esfuerzo, se comentaban las
vicisitudes del partido, picándonos en comentarios y dichosos sin
saberlo regocijándonos en nuestra infancia ya adolescente. Nunca
tuvimos ningún percance y sí recuerdo un partido en el que un padre
que acompañó a su hijo se ofreció para arbitrar. Supongo que era
una vocación frustrada por que el tipo lo vivía, pitando falta cada
tres segundos, anulando goles por fuera de juego y en plan
profesional. Recuerdo el recuerdo porque el perillán que siempre se
colaba sin pagar el billete por la puerta trasera del autobús terminó
enzarzado con el `árbitro´, ya se olía el encontronazo tras varias
decisiones arbitrarias, con el resultado de que en un momento dado le
llamó hijo de puta. Recuerdo que pensábamos por lo bajinis, y luego
comentado en el viaje de regreso en el autobús, que ya era hora de
pararle los pies al árbitro de las narices que no tenía ni idea de
arbitrar. Nunca volvió a ofrecerse para hacer de árbitro y hasta es
posible que su hijo no volviera a quedar para el partido de los
sábados...
Antón
Rendueles
The
Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake
City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr.
IV
http://theadversiterchronicle.org
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