Unas memorias de
Antón Rendueles en
exclusiva para The Adversiter Chronicle
Fin de curso
Era
un estudiante mediocre, del montón, de esos que aprobaban en la
horquilla entre el 5 y el 8, entre el suficiente y el notable según
la nomenclatura de entonces, sin que se imaginara siquiera el
concepto de progresa adecuadamente o los exámenes tipo test. Había
que atinar con la respuesta y según el grado te puntuaban, pero
cuando llegaba el fin de curso tan deseado por mí, todo aquello
quedaba atrás, feliz en mi mundo.
Tras
el frenesí de los exámenes finales y sin ninguna para recuperar,
disfrutaba de cada instante y ese aire ausente que inundaba el
colegio, con días muertos antes del gran día de salir y no volver
hasta el próximo curso. Se abría un horizonte de jugar, cine,
televisión y toda la liturgia de entretenimientos veraniegos.
Además, mis padres me permitían exigir un regalo por pasar el curso
y ansiaba llegar al escaparate de la juguetería y elegir algo que
pudiera pedir. Mis padres, la mayoría de su generación en el
entorno social, habían carecido de tales recompensas pero en
aquellos años de Transición yo tenía, y me consta que no era el
único caso, asimilado que era normal que te compraran algo por
aprobar, salía en los tebeos como Zipi y Zape. Santa inocencia,
supongo, pero era parte de la liturgia de fin de curso con las
libretas llenas, los libros gastados por el uso y el resto de
utensilios que se guardaban y me olvidaba de ellos...
Veo
desde la ventana la salida de un colegio y por los gestos y
movimientos del bullicio escolar supongo que la sensación sigue
plenamente vigente en tiernas edades. Ahora hacen fiesta con los
adultos merendando, música y alegría. Es una reconfortante
sensación que, pese a las turbulencias de los cretinos políticos de
turno, la infancia es feliz. No toda ni en todas partes, pero sí en
esta esquina del planeta y eso significa que hay una sociedad que
pese a todo sigue adelante pero a la vez no dejan que desaparezca la
magia. Como cuando acabado el curso mi padre me llevaba al cine en
sesión de noche y yo no era consciente que arañaba horas al
descanso, o mi madre que siempre encontraba tiempo para atenderme y
atender mis demandas, mi abuela con su trajín cotidiano y a la vez
atendiendo a su pequeño nieto.
Es
bonito recordar en días como hoy aunque ya sea en la atalaya final,
pero qué mejor sitio que la altura para ver el camino andado y
recorrido. Son tiempos turbulentos como eran aquellos y lo son
siempre que se junta crisis con crisis pero ajenos los inocentes a
las cuitas teñidas de lo que sea de turno como ha sido antes y tiene
pinta de que será...
Antón
Rendueles
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