Unas memorias de Antón Rendueles en exclusiva para The Adversiter Chronicle
Porno
En aquellos tiempos de bocanadas de libertad tras liquidar Juan Carlos I, y desmantelar, la dictadura franquista, se produjo en mi mundo infantil, y en la mayoría de la generación, una iniciación al sexo de la que carecieron nuestros mayores hasta entonces: el porno.
La iniciación comenzó, no recuerdo exactamente pero supongo, en aquellos kioscos de forma pentagonal con sus correspondientes cristales escaparates. El frontal y a derecha e izquierda era dominio del kiosquero y de la prensa diaria, suelta a nivel de mostrador, y las revistas de entonces llamadas más de actualidad que prensa rosa como se estila hoy en día...
Los dos siguientes cristales escaparates eran dominio de fascículos, revistas varias y sobre todo de los tebeos. Vienen a mi mente imágenes de leer las portadas de los tebeos, un momento que esperaba dentro de mi ignorada rutina infantil. Y quedaba el cristal escaparate último, el que dominaba la parte trasera y que era todo un muestrario de revistas pornográficas con fotos que los finos llaman ahora explícita y que en realidad eran fotos de mujeres desnudas y sabrosos titulares de nombres cachondos. Era imposible mantenerse al margen, al menos para un niño donde el kiosco era parte del paisaje familiar y además las revistas porno pronto fueron dueñas de más cristal escaparate. No recuerdo comentar nada con mis amigos aunque todos estábamos expuestos al porno en nuestro entorno y mirar e ir al kiosco toda una liturgia...
Era curioso que para ir al cine ser menor de edad era impedimento para ir a ver una película catalogada de para mayores cuando ahora un simple anuncio de champú en horario familiar contiene más pornografía, si nos ponemos censores, que la mayoría de aquellos títulos que los adultos veían en sesión de noche y ni siquiera colocaban fotos de escenas en el exterior junto a la cartelera...
Había un sinfín de revistas, recuerdo Lib porque una mañana de sábado estaba colocando algo que me mandó mi abuela encima del armario de la cocina. Me subí a una banqueta y tenía que palpar porque mi visión y mi altura no me permitían ver el techo, así que palpando palpando me encontré con tres revistas apiladas. Las miré fascinado porque eran de las que estaban en la parte de atrás del kiosco y donde siempre había algún tipo mirando las portadas. Se me grabaron a fuego dos cosas, un relato de una lectora, era fascinante el universo de lectoras y lectores que mandaban fotos hechas a sí mismas y mismos, que narraba lo grandes que eran sus tetas, así lo transcribo, y que cuando iba en autobús lleno de gente o alguien al pasar le rozaba un pecho se le ponían los pezones duros y entraba en una excitación que debía calmar en la soledad de su casa. Fue algo impactante y puse raudo las revistas en su sitio y callé como un muerto mi aventura lectora prohibida para mis ojos...
Por supuesto que volví a mis furtivas lecturas al Lib aunque al final me decantaba por Sal y Pimienta, no era con afán onanista por mi edad, pero la lectura de aquellas cartas, ver las fotos y que fueran gente corriente, gordas, gordos, con atributos sexuales masculinos donde la variedad de chuchurríos era abrumadora, me hizo entrar en los secretos del sexo sin saberlo...
Un día las revistas ya no estaban y volví a mis rutinas. No nos traumatizamos ni fuimos psicópatas, si bien el porno era terreno adulto, el erotismo iba en aumento en el cine, la televisión y hasta la lectura. Nuestra maldad sexual era ver correr a Benny Hill detrás de jóvenes en ropa interior...
Antón Rendueles
The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
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