Suplemento literato cutre de The Adversiter Chronicle
Libro: Sin
destino
Autor: Imre Kertész
Editorial: Plaza & Janés Editores, S. A.
Traducción: Judith Xantús Fzarvas
Edición: Mayo, 1996
Autor: Imre Kertész
Editorial: Plaza & Janés Editores, S. A.
Traducción: Judith Xantús Fzarvas
Edición: Mayo, 1996
Hoy evocamos la memoria del holocausto judío en la II Guerra Mundial de la mano de todo un premio Nobel de literatura donde se cuenta la historia de un joven adolescente húngaro que nos narra su periplo por el sistema nazi de exterminio de quienes consideraban que no eran humanos y sí seres a los que se podía sencillamente eliminar. Lejos de escenarios familiares ya de torturas, abusos arbitrarios y todo el universo de horrores relatados en otras obras, aquí el autor logra que veamos las cosas, el horror, con la visión vitalista de un joven adolescente logrando que el lector se sobrecoja no por los sucesos personales del protagonista sino por el horror que le envuelve y rodea a diario. Su vitalismo logra que no se pierda la esperanza pero también es una muestra de cómo una persona puede adaptarse al medio que le rodea aunque éste sea el mismo infierno.
Inre Kertész, de ascendencia judía, nació en Hungría en 1929, falleció en 2016, y pasó su adolescencia como prisionero en el campo de Auschwitz. Antes de publicar su primera novela, Sin destino (1975), trabajó como periodista y guionista. Es autor de cinco novelas y ha traducido al húngaro obras de Nietzsche, Freud y Wittgenstein.
Breves datos sacados de la contraportada pero en Internet podéis encontrar más información, y sin más unas breves reseñas que os inciten a su apasionante lectura...
La guerra...
“Han pasado dos meses desde que despedimos a mi padre; ya es verano aunque en la escuela nos dieron las vacaciones mucho antes, cuando todavía estábamos en primavera a causa de la guerra. Los aviones sobrevuelan y bombardean la ciudad a menudo. Asimismo se han proclamado nuevas leyes sobre los judíos: desde hace dos semanas yo también estoy obligado a trabajar. Me lo comunicaron en una nota oficial: `Se le ha asignado un puesto de trabajo permanente´. El destinatario era `György Köves, joven aprendiz´, por lo que me di cuenta de que las juventudes nacionalsocialistas estaban detrás del asunto. Ya me habían contado que a los hombres que no podían ser destinados a trabajos obligatorios a causa de la edad, se les adjudicaba una tarea en fábricas y otros establecimientos. Conmigo hay otros dieciocho muchachos, por las mismas razones y de la misma edad. Trabajamos en la isla de Csepel, en la refinería de petróleo Shell. Esto me proporciona la ventaja de poder traspasar las fronteras de la capital, derecho que tenemos vedado todos los que llevamos una estrella amarilla. Ahora poseo un pase oficial con el sello del comandante de la fábrica militar, que indica: `Autorizado a traspasar la frontera de la aduana de Csepel´.”
Buchenwald...
“A Buchenwald también llegamos un amanecer: la fresca mañana de un día hermoso y soleado, aunque con algunas nubes y rachas de viento. En comparación con el de Auschwitz, la estación de Buchenwald parecía el simple apeadero de un pueblo acogedor. El recibimiento no fue tan agradable pues nonos abrieron presos sino soldados. Aquélla fue la primera vez que los vi tan de cerca, de una manera tan directa, tan poco disimulada. Actuaban con la máxima rapidez y disciplina. Se oyeron varios gritos: `Alle raus! Los! Fünf Reihen! Bewegteuch! [¡Todos fuera! ¡Rápido! ¡Cinco filas! ¡Moveos!], unos cuantos golpes, bofetadas y patadas, un par de culatazos de fusil y las respectivas quejas. Pronto estuvimos formados en filas de cinco, como si nos hubieran movido con cuerdas, con un soldado por cada cinco filas, es decir, un soldado por cada veinticinco hombres vestidos con uniforme a rayas, más dos al final del andén, a un metro de distancia aproximadamente, que no nos quitaban ojo de encima. Dejaron de gritar y nos indicaron la dirección que debíamos seguir y los pasos correspondientes siguiendo los suyos. La columna comenzó a avanzar, ondulando como las orugas que de niño trataba de meter en las cajas de cerillas, ayudándome de tiras de papel y de palillos: todo aquello me aturdió y me impresionó. También me entraron ganas de sonreír porque pensé en aquellos policías húngaros que nos habían escoltado de una manera tan descuidada, tan vergonzosa el día en que fuimos conducidos hasta el cuartel militar. Incluso la actuación exagerada de los guardias me pareció que sólo les había servido para llamar la atención, para darse importancia, comparándola con este procedimiento perfectamente estudiado y ejecutado con total coordinación y en completo silencio.”
Sobrevivir...
“Lo principal era no abandonarse; siempre había algo a lo que aferrarse, eso me enseñó Bandi Citrom que lo había aprendido en el campo de trabajo. La primera cosa, la más importante era, en todas las circunstancias, el aseo (las pilas en filas paralelas, los tubos de hierro agujereados, bajo el cielo, al lado de la carretera). También era sumamente importante administrar la ración de comida, la hubiera o no, costara lo que costara, había que guardar una porción del pan para la cena -aunque nos resultara difícil mantener esa disciplina e impedir que los pensamientos y sobre todo las rebuscaran en los bolsillos- así, y sólo así, se evitaba el penoso pensamiento de no tener nada que llevar a la boca. Me enteré de que aquel trapo que yo creí siempre que era un pañuelo, servía para envolver los pies antes de meterlos en los zapatos; aprendí que en el recuento o en la marcha, los únicos sitios seguros eran los de la fila del medio; que en el momento en que distribuían la sopa había que ponerse atrás para recibir una porción más espesa; que el mango de la cuchara se podía transformar en un instrumento parecido a un cuchillo. Todo esto -y muchas cosas más, todas muy importantes para la vida de un preso- lo aprendí de Bandi Citrom, observándolo y tratando de imitarlo o comportarme como él.”
Lectura ideal para veladas en la comodidad del hogar y recordar que los contratiempos y molestias derivadas de la pandemia no son los estragos de una guerra y recordar a quienes sufrieron y murieron exterminados. Es bueno que se vuelva siempre de vez en cuando la vista al holocausto para no olvidar de lo que somos capaces como especie a la hora de matarnos a nosotros mismos. Oportunidad de conocer la obra de un Nobel de Literatura y lectura que nos hará agradecer a quienes nos precedieron por forjar el bienestar que tanto disfrutamos y a veces ignoramos, nada mejor que leer las memorias de quienes sufrieron los efectos de los nacionalismos, el odio visceral y la tragedia de la guerra. Cuidado con regalar a la suegra que pude coger ideas en cuanto a impartir disciplina por la sopa boba se refiere.
The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
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