The Adversiter Chronicle

sábado, 1 de agosto de 2015

"Lomo con tapas", suplemento literato cutre


Suplemento literato cutre de The Adversiter Chronicle

Libro: Historia de Venecia
Autor: John Julius Norwich
Editorial: Almed
Traducción: Gian Castelli
Edición: 2003

En los tiempos presentes, que siempre guardan semejanza con alguno de los pasados, si evocamos la ciudad de Venecia sin duda todos diríamos los canales y sus góndolas con gondoleros, algunos además recordarán sus obras de arte tanto de ornamentos como edificaciones, unos cuantos que es un lugar romántico y casi ninguno recordaríamos que durante un milenio Venecia era Su Serenísima República cuando el resto de Europa pasaba la Edad Media, el Renacimiento y la Revolución Francesa pasando por los equilibrios de poder en Europa y cuyas galeras eran a la época lo que la VI Flota a nuestros tiempos...

Termina la era pagana de Roma y el cristianismo es la religión oficial y única tolerada,
con el imperio desmembrado, con Bizancio en Oriente y Roma en Occidente, donde mientras se mantiene en el primero en el segundo se va disgregando a su vez en distintos reinos. Surge en la península italiana una ciudad estado que terminará siendo un imperio mercantil y político merced a la invulnerabilidad de su laguna a las invasiones y una poderosa flota de galeras que incluye su construcción y el arte de navegarlas a la vez que los venecianos idean un sistema representativo que busca evitar el poder terrenal hereditario, todo lo contrario a lo que sucedía en el resto de Europa a la vez que era salvaguarda de la expansión otomana.


John Julius Norwich nació en 1929 cursando estudios en el Upper Canada College en Toronto, en Eton, Universidad de Estrasburgo y tras prestar servicio en la Armada continuó su educación en el New College de Oxford, donde se graduó en lengua francesa y rusa. En 1952 se incorporó al Foreign Service donde permaneció doce años, sirvió en las embajadas británicas de Belgrado y Beirut y formó parte de la delegación británica de desarme en la Conferencia de Ginebra. En 1964 abandonó el servicio activo para dedicarse a escribir. Datos como siempre de la contraportada de la cubierta.

Aunque pueda asustaros el volumen por su tamaño, os aseguro que se devora deliciosamente desde la deliciosa introducción donde el autor nos cuenta y comparte la pasión heredada de su padre por la ciudad de Venecia y de su historia, pasión que se destila en cada página y en cada acción que marcó el declive de Venecia hasta el fin de su republicanismo con Napoleón. Comprenderemos el porqué del carácter festivo y fastuoso de sus habitantes, de su peculiar sistema de poder que perduró mil años y resultará fascinante ver pasar imperios, Papa y reyes mientras Venecia permanecía eterna para asombro, elogios y admiración de quienes las visitaban...

Pero dejo mi verborrea y os dejo unas breves pinceladas que os inciten a querer saber más.


Orígenes...
Así al menos reza la antigua y venerable tradición veneciana. Por desgracia, el
documento en el que se basa, y que relaciona la fundación con la visita de tres cónsules enviados desde Padua para establecer un emplazamiento comercial en las islas del Rialto, es mucho más plausible que auténtico. Semejante misión podría, en efecto, haber recalado en las islas; podría incluso, como posteriormente asevera el documento, haber conmemorado el evento con la construcción de una iglesia dedicada a San Jaime. Sin embargo es seguro que los paduanos contribuyeron poco o nada a aquellos primeros intentos de expansión colonial, y además la fecha que con tan formidable precisión se nos proporciona diríase demasiado temprana para haber visto iniciativa independiente alguna por parte de los propios isleños, pocos de los cuales se veían como residentes fijos, al menos durante la primera mitad del siglo V. Con el paso de cada oleada de bárbaros, la mayoría de aquellos regresaban a sus casas -o a lo que quedaba de ellas- e intentaban reanudar su vida en el continente. Fueron sus descendientes quienes posteriormente comprendieron que no podían seguir así."


Idiosincrasia como Estado...
Con todo, no conviene exagerar tal distinción. Uno de los secretos del poderío veneciano residía en el hecho de que la República nunca contempló la dualidad defensa/comercio como dos entes separados. Sus capitanes de guerra, tanto entonces como posteriormente, nunca dejaron de compaginar su actividad con el comercio, predisposición ésta que supuso que muchas de sus expediciones militares lograran incluso autofinanciarse mientras que los buques mercantes tenían que permanecer siempre dispuestos para defenderse contra los piratas o, de vez en cuando, contra sus competidores. En la Europa feudal, en la que los guerreros de la nobleza se mantenían altivamente ajenos al comercio, un sistema tal hubiera resultado imposible, pero en Venecia no existía una casta militar por sí misma: los nobles eran mercaderes y los mercaderes nobles, con idénticos intereses entre unos y otros. Del mismo modo, los buques de guerra que producía el Arsenal se hallaban dotados de tanto espacio adicional como era posible para carga suplementaria, y a los comerciantes se les proporcionaban abundantes medios de defensa.”

Potencia europea...
El XIV había sido un siglo duro para Venecia, tal vez el más duro de toda su historia. Había comenzado con dos amagos revolucionarios: el de Marin Bocconio y el más
peligroso de Bajamonte Tepiolo. Luego, a eso de la mitad de su recorrido, había sufrido un tercero cuando el viejo Marino Faliero deshonró tanto al ducado como a la República y hubo de pagar por ello con su propia vida. Poco después, las sospechas que rodeaban el comportamiento de Lorenzo Celsi habían socavado todavía más el prestigio ducal. En el extranjero se había perdido Dalmacia y se había librado con Génova un fatídico pulso que había durado de modo intermitente unos cincuenta años. Los principescos vecinos de la República en el ámbito de la Italia continental -los Della Scata, Visconti, Carrara- no le habían dado respiro en ningún momento, y la peste negra, que desde 1348 retornaba de modo implacable cada pocos años para diezmar nuevamente la población, se negaba a pasar al olvido.”


Pérdida de Vicenza...
Para Venecia la pérdida de Vicenza, a la que quince días después había seguido la de Legnago, era mucho más grave Y presagiaba malos tiempos para el futuro. Con o sin Maximiliano, las fuerzas de la Liga eran poderosas: su velocidad y empuje formidables, y su moral alta, mientras que el ejército de la República, superado en número y en capacidad estratégica, se batía en retirada. La temporada de campaña apenas había comenzado. ¿Qué nuevas calamidades no habían de tener lugar antes de que concluyera? Padua, desde luego, podía temer un nuevo ataque, y si Padua caía, ¿qué posibilidades quedaban de conservar las costas continentales de la laguna? A lo largo de los últimos veinte años había sufrido daños irreparables. Tanto su comercio de Oriente como su Imperio de Occidente se encontraban en ruinas. Su honor se mantenía más o menos intacto, pero su reputación se había ido al traste. Sus finanzas se encontraban en estado crítico, y no tenían perspectivas de mejorar. Con el enemigo a las puertas, ¿qué esperanza tenía de sobrevivir?”


La alianza que vencería en Lepanto al turco...
El tratado resultante quedó formalmente proclamado el 25 de mayo de 1571 en San Pedro. Había de tener carácter perpetuo, ser ofensivo además de defensivo, y dirigirse no sólo contra los propios turcos otomanos sino también contra sus vasallos moros y sus correligionarios de las costas norteafricanas. Los signatarios -España, Venecia y el
Papado (aunque las puertas quedaban abiertas para que el emperador y los reyes de Francia y de Polonia pudieran unirse si así lo deseaban)- se comprometían a reunir 200 galeras, 100 navíos de transporte, 50.000 soldados de a pie y 4.500 de a caballo, así como la artillería y la munición necesarias. La fuerza resultante se reuniría todos los años, como muy tarde en el mes de abril, para llevar a cabo una campaña de verano allí donde juzgaran conveniente, y cada otoño tendrían lugar en Roma consultas encaminadas a decidir la actividad del año siguiente. Si España o Venecia se veían atacadas, cada una correría en auxilio de la otra, y ambas se comprometían a defender los territorios papales con todas sus fuerzas. Se lucharía siempre bajo el estandarte de la Liga, y las decisiones importantes serían adoptadas mediante el voto mayoritario de los tres generales al mando: Sebastiano Venier en representación de Venecia, Marcantonio Colonna en nombre del Papado y, por España, don Juan de Austria, capitán general de la flota combinada y medio hermano del rey.”


Venecia entierra al dogo Morosini en 1694...
Como cabía esperar, tuvo un impresionante funeral, primero en Nauplia, donde su
corazón y demás vísceras fueron encomendadas a la iglesia veneciana de San Antonio, y más tarde en la propia Venecia -en San Giovanni y San Paolo-, tras lo cual el cuerpo fue enterrado en San Stefano, donde una lápida sepulcral tallada señala el lugar en el que reposa. Sin embargo, el mayor monumento a Morosini no se encuentra allí, sino en el propio Palacio Ducal. En el extremo más alejado de la Sala dello Scrutinio, se alza un inmenso arco triunfal de mármol que llega casi hasta el techo y que aparece adornado por seis pinturas simbólicas de Gregorio Lazzarini. El conjunto no se distingue especialmente ni por su arquitectura ni por su calidad artística, y de hecho se antoja curiosamente fuera de lugar en tan inesperado entorno, pero pocos monumentos conmemorativos podrían ilustrar mejor el respeto que Venecia sentía por el último de sus grandes dogos guerreros o la gratitud que experimentaba hacia él por haber logrado devolverle, al menos durante unos años, parte de su antigua auto estima."


Bonaparte y el fin...
El siguiente informe veneciano acerca de Bonaparte -procedente del `podestá´ Alvise Mocenigo y fechado en Brescia el día 26 de mayo- nos revela a un Napoleón más airado. En su retirada, a los austriacos se les había permitido ocupar la fortaleza de Peschiera, situada junto al lago Garda. Las autoridades venecianas, salvo por una muy apocada protesta, no habían hecho el menor esfuerzo por impedirlo, y Bonaparte quería saber por qué. Mocenigo bien podría haberle hecho ver que, dado que los franceses se hallaban por entonces en Brescia (y sin permiso ni oposición alguna), difícilmente tenían derecho a protestar. No obstante, debió de juzgar que la actitud del general no recomendaba el empleo de tales argumentos. Por el contrario, informó al Senado de que finalmente había podido aplacarle, y de que al partir, Napoleón había llegado al extremo de manifestar públicamente su amistad hacia Venecia. Sin embargo, señala el informe, `se muestra orgulloso en grado sumo. Cualquier circunstancia, por nimia que sea, que parezca oponerse en lo más mínimo a sus designios provoca instantáneamente en él la ira y las amenazas.”

Lectura apasionante de principio a fin y sin resultar pesada o farragosa, todo lo contrario, con un estilo ameno, didáctico y dinámico que además os permitirá tomar notas por si vais a Venecia para seguir y observar los distintos monumentos y su significado cuando fueron realizados.

Ideal para lectura de verano, convalecencias y servicios nocturnos con tiempo muerto sin olvidar a los amantes de la historia y del arte. Ideal para la suegra que al ver el tocho se quedará pasmada y nos permitirá echar unas risas viendo su azoramiento para disimular que le gusta cuando no es capaz de leer libros de más de diez páginas...


The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton  Jr. IV

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