Suplemento
viajero cutre de The Adversiter Chronicle
Viaje por la lavandería
automática
El
viajero llega a la lavandería automática, un local de no muy
grandes dimensiones con cuatro lavadoras en una pared y tres
secadoras en otra. Tiene suerte y ninguna de las dos lavadoras que
puede usar por las dimensiones de la prenda a lavar, un gran edredón
que debe pesar lo suyo, barrunta el viajero, cuando está empapado de
agua y que le obliga a mirar el máximo de carga posible. Llega al
local un hombre joven con su hijo de unos cuatro años que lleva
puestas unas gafas de juguete mal colocadas de forma que lleva un ojo
medio al aire y el otro cubierto por el plástico colorado que simula
un cristal...
El
viajero agota su calderilla introduciendo monedas en la ranura de la
lavadora, auténtica garganta profunda que devora monedas cual
Pantagruel hambriento. Logra el viajero introducir la cantidad del
importe y pulsa el botón de poner en marcha la lavadora. Precavido,
el viajero se ha agenciado el periódico del día con el que matar la
media hora de lavado. Hay asientos en la zona de lavadoras y
secadoras, éstos últimos ocupados por una señora y una bolsa
repleta de ropa que ha posado el hombre con el niño, que se dedica a
jugar con una de las cestas disponibles para poner la colada y debajo
de una gran mesa que permite doblar las prendas ya lavadas y secadas.
El viajero decide sentarse en la zona de lavadora ya que la zona de
secadora está copada por la señora, el hombre que se afana en
doblar ropa y su hijo, a estas alturas y por lo escuchado es el
padre, lo suficientemente lejos y entretenido para no tener el
viajero que decir ñoñeces al ñiño, que ha encontrado divertimento
en intentar meterse en uno de los cestos con el consiguiente ruido y
la voz de su progenitor indicando que no coja otro cesto y se apañe
con el que está jugando.
El
viajero necesita cambio para la secadora y opta por acercarse a una
cafetería cercana a tomar un cafelito y conseguir calderilla. Es un
local mortecino, con tres clientes, la televisión escupiendo un
partido y el café, aunque no es agua de fregar, como que no sabe tan
rico como espera el viajero de un cafelito. Ha conseguido calderilla
con el cambio de pagar el cafelito y ha cogido la galletita de
cortesía que se come en el trayecto a la lavandería automática.
Mira el viajero el reloj y una vez más le sorprende lo lento que
pasa el tiempo cuando se está esperando...
El
viajero pone sus posaderas en el asiento y se dispone a leer la
prensa cuando observa de reojo que el niño ha encontrado otro
divertimento con el cesto, ahora se dedica a arrastrarlo por el suelo
de todo el local y se va a detener a los pies del viajero, que sin
levantar la vista del periódico y tratando de aparentar que está en
otra nube observa con temor la cercanía del niño. El padre le
vocifera que se aparte y el melodioso acento hispano del otro lado
del charco se transmuta en berrido que impide al viajero concentrarse
en la lectura. Cuando por fin consigue leer un artículo, el
amenazador ruido del cesto arrastrado por el suelo le alerta de la
nueva presencia en las cercanías de sus zapatos del niño y su
artefacto de juguete improvisado que de nuevo se detiene justo antes
de colisionar con los zapatos del viajero, que sigue haciendo como
que la cosa no va con él y nuevo berrido del padre ordenando a su
retoño de que deje de molestar al señor...
Cuando
quedan dos minutos para terminar la lavadora, el viajero se levanta y
observa al ya algo repelente niño que se dedica a poner sus manos
por la superficie de aluminio de las máquinas lavadoras. El padre
está a lo suyo y de cháchara con la señora y el viajero siente la
intención de advertirle de que su hijo no debería tocar las
máquinas, no por dejar las huellas de sus manos en la superficie
metálica, es porque hay señales en amarillo de peligro de
electrocución, pero no dice nada como venganza por incordiar su
lectura del periódico y por llevar el temor de que sus rumbos de
colisión arrastrando el cesto terminaran en choque frontal contra
los zapatos del viajero...
El
viajero espera ya a que la secadora termine su programa y vuelve a
sentarse en la zona de lavadoras, aprovechando que el incordio de niño está con su vociferante padre. Cuando estaba a mitad de
lectura de un artículo de noticias locales, la señora se despide y
le dice al incordio de niño si se va con ella. Para sorpresa del
padre, el niño accede y sale de la mano con la señora por la
puerta, que queda justo a la izquierda del asiento del viajero al que
la cháchara entre señora, padre y el hijo terminan de desquiciar la
lectura del viajero que respira con alivio cuando finalmente se van
los tres dejando el local en reconfortante silencio. El viajero saca
el edredón y trata de doblar semejante paquidermo de tela para poder
llevarlo en una brazada, la distancia al portal no llega a sesenta
metros y tampoco trajo bolsa que permitiera introducir el edredón
para su transporte. Coge el viajero la puerta de salida para ir a...
Pero
ése, ya es otro viaje.
The
Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
http://theadversiterchronicle.org
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
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theadversiterchronicle@hotmail.es
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