Suplemento
viajero cutre de The Adversiter Chronicle
Viaje de alborada a la
parada
Suena
la primera de las tres alarmas que pone el viajero cada vez que toca
de levantarse aún de madrugada, ya antesala de temprana alborada y
luminosidad primaveral, porque al viajero siempre le asalta ese
incordio de duda que es pensar que no oirá el despertador, que se
dormirá porque estuvo en vela pensando en madrugar...
Lo
que no confiesa el viajero es que le gusta madrugar a esa hora
maldita en que se duerme con soñar, el silencio como murmullo en las
paredes y recordar viejos tiempos a esas horas. Pero el viajero se
despierta cinco minutos antes de la primera alarma, lo cual es
inquietante y fantástico a la vez. El viajero observa el techo y
como las rendijas de la persiana indican una leve y tenue diferencia
de luz que indica al viajero que es mejor levantarse porque sin
querer, asoma el sueño y se desvanece la consciencia, que no le
gusta al viajero que le interrumpa el sueño una alarma por muy
despertadora que sea...El viajero se toma el café mientras las volutas de humo del cigarrillo salen furtivas por el hueco de la ventana abierta. Entre sorbo y sorbo, ya casi despierto del todo, el viajero contempla el crisol de paisajes que tiene la suerte de disfrutar junto con las gaviotas, paisaje nocturno que clarea de luces de farolas, de persianas bajadas y tibios sonidos de aves...
Sale el viajero a la calle, hay un trecho hasta la parada del autobús y parada previa a tomar el cafelito de un garito que abre a esas horas. Le gusta al viajero un café mediano, que se dice. Ya lo ha citado el viajero en otros viajes: buen café pese a la cutrez del local, olorcillo reconfortante y aromático a las papilas gustativas a pinchos recién hechos en la parrilla. Ya hay parroquianos, tres o cuatro, siempre a esas horas; sabe el viajero que llegan antes de que abra el bar de otras ocasiones más madrugadoras. Se ve que son jubilados pero el viajero siempre se pregunta de qué irá su historia porque intuye que tienen la rutina horaria y de ver la tele mientras ojean la prensa, sin hablar salvo algún comentario, como si más que viejos parroquianos del garito fueran una bien avenida familia. Hoy entra alguien mientras el viajero saborea el café y la galletita cuando se percata de que es un viejo conocido de la adolescencia del viajero. De aquella el tipo era un niño ya en la primera adolescencia, nunca le cayó ni bien ni mal pero el viajero se compadece de su aspecto, un hombre entrado en lorzas, de andar casi mecánico y esa mirada que parece bovina pero es la típica de una persona con problemas de salud mental cuando está medicada...
El viajero se alivia al ver que se reconocen y le tiende la mano que el viajero le estrecha con sinceridad, aunque se ve que está medicado, parece compensado aunque el lastre químico se delata en su lentitud y pausa en el trato. Quiere el viajero invitarle a un café, pero se arrepiente al ver que le pide al camarero un refresco del tiempo, y un vaso lleno de cubitos que él irá usando...
El viajero decide seguir su camino, por como le saludaron cuando entró, sabe el viajero que el fantasma del pasado entrado en lorzas y medicado es conocido y puede que hasta parroquiano también de esas horas de alborada, así que mejor dejar en sus manos al tipo, conocido de cuando era un niño y que han hablado más en los últimos cinco minutos que cuando eran niños...
El viajero enfila los últimos metros hacia la parada, hay que cruzar un par de semáforos, mientras la actividad en el barrio pasa de modo nocturno a modo alborada en forma de taxistas que llegan a la parada, furgonetas de reparto de pan a locales que apenas han encendido sus luces. La parada está vacía, el viajero mete las manos en los bolsillos y sigue meditando sobre el tipo del bar, un conocido y un fantasma del pasado y opina el viajero como conclusión, mientras ve que el bus ya se acerca, que sigue viendo en esa mirada abotargada al niño aquel pese a la capa química, el paso del tiempo y el deterioro evidente a todos los niveles, esos pensamientos mezcla de recuerdos y de rostros...
El viajero se dispone a entrar al bus haciendo valer su derecho a subir primero, hay dos usuarias en la parada con él, pero a esas horas suele ir casi lleno y los asientos se cotizan a precio de oro. El viajero se sienta y emprende el autobús su marcha...
Peso ése, ya es otro viaje.
The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
http://theadversiterchronicle.org/
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