Suplemento
literato cutre de The Adversiter
Chronicle
Libro: Nagasaky
– Las
crónicas destruidas por MacArthur -
Autor:
George WellerEditorial: Crítica, S. L.
Traducción: Enrique Herrando
Edición: 2007
Ahora que el mundo anda inquieto con las ínfulas
norcoreanas por tener la Bomba H y amenazas de misilazos y el
apocalipsis atómico, sumado a que en agosto se conmemora a las
víctimas de las bombas atómicas que pusieron fin a la II Guerra
Mundial tras la rendición incondicional de Japón, es buen momento
para visitar de la mano de un testigo de excepción la ciudad de
Nagasaky tras el bombardeo atómico...
Lo hacemos de la mano de un periodista de raza, un
estilista del periodismo de los corresponsales de guerra que era
además un testigo molesto para el general McArthur que trataba por
todos los medios y mediante la censura evitar que se conociera los
estragos de la radiación en los supervivientes así como conocer de
primera mano las atrocidades que sufrieron los soldados aliados que
cayeron en manos japonesas durante el arrollador avance nipón tras
comenzar las hostilidades atacando la base naval de Pearl Harbour. Un
testigo incómodo y molesto que sufrió la censura y la rabia de ver
como sus crónicas eran destruidas o desaparecidas mientras que otras
eran mutiladas en las partes más escabrosas y descarnadas de las
mismas. Un libro editado y con introducción de su hijo y un prologo
del maestro de periodistas Walter Cronkite.
George
Weller nació en Boston y se graduó en Harvard en 1929. Fue
reportero en Grecia y los Balcanes para The
New York Times en la
década de 1930, y luego se hizo famoso por su cobertura de la guerra
para el Chicago Daily
News. En 1943 ganó el
premio Pulitzer por un reportaje de apendectomía de emergencia en un
submarino norteamericano que atravesaba aguas enemigas. Sus obras
incluyen dos libros muy celebrados sobre la II Guerra Mundial,
Singapore is Silent y Bases Overseas.
Y sin más verborrea unas breves reseñas que os inciten
a su apasionante lectura:
Recuerdos en 1966...
“Siempre
que veo la palabra `Nagasaky´, surge en mi mente una visión de la
ciudad tal como la vi cuando, el día 6 de septiembre de 1945, me
convertí en el primer hombre libre occidental que entró en ella
después del fin de la guerra. Hasta el momento, ningún otro
corresponsal había sido capaz de eludir a las autoridades para
llegar a Hiroshima o a Nagasaky. Aún no se conocían los efectos de
las bombas atómicas, salvo el hecho colosal de que habían puesto
fin a la guerra con dos golpes en tres días. El mundo quería saber
qué aspecto tenían los efectos de las bombas a ras del suelo.
Acababa de escaparme de la vigilancia de los censores del general
MacArthur, de sus oficiales de relaciones públicas y de su policía
militar. MacArthur había prohibido a la prensa el acceso a toda la
zona sur de Japón. Cuando me introduje en la prohibida Nagasaky me
sentí como otro Matthew Calbraith Perry, entrando en un territorio
donde mi mera presencia estaba prohibida, un territorio que ahora
tenía dos micados, ambos omnipotentes.”
Prisionero en la mina de carbón...
“Suboficial
administrativo Winfred Mitchum (Houston): Mientras trabajaba en la
mina de carbón cogí dos tomates de la galería y me los encontraron
debajo de la almohada. En el aeso (prisión militar), los japoneses
me aplicaron el tratamiento eléctrico, que consistía en meter un
cable en el enchufe de la luz eléctrica, obligarme a sostener su
otro extremo, y después hacer pasar la corriente y cortarla
intermitentemente. Los guardias de la mina hicieron esto por turnos
durante cinco noches, riéndose. Durante el tiempo que pasé en la
prisión militar no me dieron absolutamente nada de comer por órdenes
especiales del comandante del campo Fukuhara, quien, aunque confesé
que los tomates eran de la galería, se empeñó en que los había
cogido de su jardín privado. Los guardias intensificaban las
descargas eléctricas echándome agua por encima para aumentar la
conductividad en todo mi cuerpo.”
Enfermar siendo prisionero de guerra de los japoneses...
“Hagen
le dijo al médico japonés del campo: `Estos hombres morirán si no
reciben ayuda´, y este último respondió: `Hombres enfermos morir,
bien, bien´. Muchas veces los pacientes recibían bofetadas por
estar demasiado débiles para descender al interior de la mina, pero
nunca se les dejó morir de inanición en cautiverio deliberadamente,
como sí hacía el tristemente célebre capitán Fukuhara de Omuta. A
veces las autoridades de la mina daban raciones adicionales de arroz
para completar las ralas gachas de la comida habitual. No obstante,
algunos de los norteamericanos procedentes de Bataan y Corregidor a
los que entrevistó este escritor, como el farmacéutico Dudley
DeGroat, de South Bend, y Thomas Boyle, de Mason City, Iowa,
mostraban síntomas de desnutrición; el peso de Boyle llegó a caer
de 98 kilos a un mínimo de 49. Las palizas eran lo suficientemente
habituales como para que las porras japonesas se ganaran el
sobrenombre de `barritas vitaminadas´, porque cuando estás débil
te animan.”
El crucero de la muerte...
“A
un enfermero militar que se encontraba desprotegido en la cubierta
cuando los aviones acribillaron el barco le llenaron la espalda de
metralla. Tenía plomo en los pulmones. `Dos tipos empezaron a
seguirme por todas partes en la oscuridad. Sabía que iban a por mí,
porque yo había entregado a uno de ellos por vender narcóticos en
Bilibid. Oí que planeaban dejarme sin conocimiento con una
cantimplora de metal llena de orina. Empecé a deambular por todas
partes intentando quitármelos de encima. En una ocasión tuve que
aliviarme y no pude buscar un cubo porque me estaban siguiendo. Así
que me alivié justo donde me encontraba. Me sentía enloquecido y no
obstante sabía lo que estaba haciendo. Recogí los excrementos y se
los arrojé por encima a los hombres que estaban a mi alrededor.
Ellos armaron un escándalo. Así que, para que vieran, recogí otro
poco y me lo unté en el pelo. Después empecé a huir otra vez,
intentando quitarme de encima a mis dos enemigos. Cuando se acercaban
a mí, me abrían las heridas de la espalda con los dedos. Finalmente
conseguí quitármelos de encima. Terminé apoyado contra un mamparo
que estaba exudando humedad. Me derrumbé en su parte inferior; allí
se estaba más fresco, y me gustaban las gotas que caían desde el
mamparo sobre mi cara.”
Artículo sobre la radiación...
“La
extraña `enfermedad´ provocada por la bomba atómica, que no se
cura porque no se trata y que no se trata porque no se diagnostica,
sigue segando vidas en Nagasaky. Hombres, mujeres y niños sin
señales externas de lesiones mueren cada día en los hospitales,
algunos después de haberse paseado durante tres o cuatro semanas
pensando que se habían salvado. Los médicos disponen aquí de todos
los medicamentos modernos, pero, cuando hablaron con este escritor,
el primer observador aliado que ha llegado a Nagasaky desde la
rendición, confesaron franca,mente que la cura de la enfermedad está
fuera de su alcance. Sus pacientes, aunque su piel está intacta,
sencillamente pasan a mejor vida ante sus ojos.”
MacArthur...
“Aunque
McArthur intentó detener la historia no permitiendo que nadie viera
Nagasaky, yo quería ser completamente honesto con él una vez
llegase allí. Hacía un mes que había terminado la guerra; a mí
entender, él no tenía el más mínimo derecho militar a detener mi
historia. Pero yo iba a tratarle como un caballero, y le dejaría ver
mis partes primero. Si era un oficial inteligente, en la situación
de pacificación en la que nos encontrábamos entonces los dejaría
pasar, porque eran extremadamente valiosos. ¿Por qué eran valiosos?
Los excelentes médicos japoneses habían examinado los cadáveres, y
habían descubierto cosas fascinantes acerca del efecto de la
radiación sobre los órganos del cuerpo. Allí radicaba el
incalculable valor científico que, en mi opinión, revestía toda mi
emisión. En el mundo exterior, todos pensaban que toda la gente
había muerto frita inmediatamente por la bomba, asada como un trozo
de carne. No había sido así en absoluto. Para algunos, fue una
muerte lenta”
Libro encarecidamente recomendable tanto por el género,
el autor y los hechos que relata y donde se aprecia que pese al
tiempo transcurrido los corresponsales de guerra siguen encontrando
trabas para informar de la realidad aunque ahora la censura se
disfrace asignando periodistas a las unidades militares. También es
paladear el estilo de la época con crónicas donde no hay cabida a
la superficialidad y sí al relato de la realidad, del deber de todo
periodista de ceñirse a informar de los hechos y de lo que ve el
corresponsal. Homenaje a las víctimas y también al autor que no
pudo ver hecho realidad su anhelo de, aún consciente que la Bomba
era inevitable y fue mejor que la democracia la poseyera primero, no
quiso ocultar que las víctimas japonesas lo eran de los efectos de
un arma aún sin testar pero que en dos golpes acabó con la
resistencia japonesa a reconocer su derrota.
The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
http://theadversiterchronicle.org/
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
http://theadversiterchronicle.org/
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