Unas memorias de
Antón rendueles en
exclusiva para The Adversiter Chronicle
Catequesis
El
primer cambio trascendental en mi universo infantil fue sin duda
alguna preparar la primera la primera comunión. Creo que comenzó
por estas fechas ya que las comuniones se celebraban en mayo y supuso
alterar mi rutina de los sábados por la tarde, perderme la película
y tener que asistir a catequesis. El local parroquial donde se
impartía la catequesis estaba anexo a la iglesia y lo recuerdo como
una estancia rectangular donde había filas de bancos donde nos
sentábamos y unas chicas jóvenes, adolescentes, nos hacían leer el
Catecismo que tenía las tapas naranjas y un montón de preguntas con
sus correspondientes respuestas que había que memorizar durante la
semana para el siguiente sábado en que nos preguntaban. La iglesia,
la catequesis y el Catecismo me sonaban extraños, no miedoso como es
lo desconocido, pero me sentía ajeno. Cuando leí la primera
pregunta de ¿quién es Dios?, y la respuesta Dios es el creador y señor de todas las cosas,
mi interés por la religión tocó fondo. Rezaba y creí como cree y
reza un niño, con inocencia y esa extraña fe infantil ante lo
desconocido explicado, pero aquellas respuestas y preguntas me
desencantaron y la iglesia y la catequesis pasaron como un trago que
hay que tomar. Recuerdo que escuchaba a la catequista pero mi mente
se evadía en otros pensamientos y si bien logré memorizar todas
aquellas preguntas y respuestas, se olvidaron tan rápido como rápido
las memorizaba. Otro recuerdo nítido es el del sábado antes del
domingo de comuniones donde nos hicieron ir a confesar nuestros
pecados, lo cual me creó un pequeño conflicto metafísico porque no
me sentía culpable de algún pecado, al menos ninguno de los que
venían en el Catecismo. El confesionario era una cosa nueva y me
arrodillé más intrigado que temeroso, algo dije que no recuerdo y
algo me mandó el sacerdote como penitencia que no debió de ser algo
tremendo porque tampoco guardo memoria, algún rezo supongo. El
colofón fue que llegué tarde a la ceremonia, algo falló en el
despertador que hizo que en casa no nos levantáramos a la hora
prevista. Cuando llegué, los niños y niñas compañeros de primera
comunión ya estaban sentados y el oficio comenzado aunque es
imborrable la mirada que me echó el cura de reprobación. Al final
recibí el sacramento y todo salió bien, es verdad que seguía
creyente y seguí sin ir a misa de domingo aunque alguna tocaba con
el colegio. Sin embargo aquella ceremonia que formaba parte de la
rutina vital sí me hizo buscar a Dios aunque no de forma doctrinaria
y cerril que era un poco como la enseñaban en la catequesis, no dudo
de la buena voluntad de las catequistas, pero pensaba infantilmente
que tenía que ser otra cosa que aquellas preguntas y respuestas,
cerradas y sin debate o explicación que afortunadamente sí había
en el colegio. Ahora parece que no se lleva tanto el ritual de hacer
la primera comunión y muchos progenitores prefieren dejar esa opción
para cuando el niño o niña tenga más entendederas. En aquellos
tiempos no había opción y era casi una obligación hacer la primera
comunión y, como toda cosa obligada, ni era ilusionante ni
convincente. La iglesia sigue en pie pero el local ya no existe,
ahora es un edificio que alberga residencia sacerdotal y siempre que
paso por la zona me viene el recuerdo de aquellos sábados donde me
perdía la película para ir a catequesis. Tal vez sea el paso del
tiempo y envejecer, pero es un buen recuerdo de un tiempo pasado y
que fue el inicio del fin de la inocencia infantil...Antón
Rendueles
No hay comentarios:
Publicar un comentario