The Adversiter Chronicle

viernes, 9 de abril de 2021

"Memorias de La Transición", por Antón Rendueles

 Unas memorias de Antón Rendueles en exclusiva para The Adversiter Chronicle

Fútbol en la plazuela

Anclado en mi falta de movilidad, las ventanas son un escaparate al mundo donde cada una muestra un trocito de realidad y hace que la mente vuelva al pasado. Me ha ocurrido estos días atrás en que brillaba el sol. Una de las ventanas me permite ver, a media distancia, las puertas de un colegio, observar fugazmente tras otear el cielo y ver si hay nubes, a los alumnos hacer tiempo antes de entrar. Copan los bancos para sentarse y todos parecen ensimismados ante sus pantallas digitales. De repente me he dado cuenta de que no juegan a la pelota y me transporté a mis tiempos de escolar donde una pelota formaba parte primordial del universo infantil. No era parte de una infancia dura o simplemente con carencias donde una pelota de trapo era un juguete valioso. Nosotros ya éramos consumistas de bienestar y el cine y la pelota sólo eran parte del conjunto de un abanico de entretenimientos y juegos que formaban parte de la vida diaria, ajeno al trajín político de la vida de los adultos...
El campo de juego estaba delimitado por la anchura de los árboles que servían de portería. En una banda el límite era la fuente y del otro el camino de los transeúntes. Hace un tiempo hice una salida al exterior y el coche se detuvo para que quien conducía realizara unas gestiones en una sucursal bancaria cercana. Me quedé sin remedio esperando aparcado el coche en zona no habilitada para tal, pero un inválido en coche mal aparcado despierta la compasión de la autoridad sancionadora que permite y tolera una parada breve hasta que el conductor regrese. Pude ver el terreno de juego que en realidad es parte de una plazuela. Sigue una fuente y siguen los árboles que hacía de postes y largero sin tal en forma de ramas de hojas verdes. Puede ver que el espacio es mínimo y ya no hay infancia que vea un terreno de juego donde no lo hay...

Almorzaba rápido para poder estar casi media hora antes en la parada del autobús escolar al igual que mis compañeros. No todos jugaban y preferían esperar en la acera, pero un grupo variopinto de todos los cursos, no más de media docena poco más o menos, que convertimos en liturgia el jugar un partido hasta la llegada del autobús. Aunque entonces era más grande, lo cierto es que había que hacer equipos de tres y quienes marcaban primero se enfrentaban a otro. El objetivo era ganar para seguir jugando pero la cosa dependía de lo jugones que fueran en el equipo. Había partidos que parecían no acabar nunca y se miraba impaciente la hora para calcular si daría tiempo a entrar otra vez antes de la llegada del transporte..
.Estaba el tema de quién traía la pelota. No eran de trapo o parcheadas como las generaciones precedentes. La ideal era una pelota más pequeña que una de fútbol pero no faltaban de todos los calibres y diseños: las ligeras y de buen bote típicas de llevar a la playa de coloridos diseños; la oficial del Mundial de Argentina, el mítico Tango de ADIDAS y que despertaba envidia infantil, sana, porque era lo máximo en balones de fútbol; el viejo balón que perdía aíre a cada puntapié y que podía ser un coñazo; la de pequeñas dimensiones para futbito era la ideal para el terreno de juego. Y por supuesto la socorrida pelota de tenis que se utilizaba con mal tiempo que impedía llevar un balón porque era un incordio cargar con él en días intempestivos.
Los tiempos han cambiado y ahora son simuladores, videojuegos y redes sociales los entretenimientos antes de ir al colegio o esperar el autobús. Vistos desde la ventana es cierto que parecen alienados, casi inmóviles donde sólo el baile de dedos sobre la pantalla indica que hay actividad frenética. El mundo de los adultos sigue igual de azaroso con la diferencia de que el mundo digital unifica a todos...
El terreno de juego se ha hecho pequeño y yo grande aunque me gusta pensar que puedo por un instante volver a ser pequeño en un campo de fútbol donde juego antes de la llegada del autobús.
Antón Rendueles


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