Parecía una sencilla cirugía de cambio de pilas, no tenía achaques salvo el inevitable retraso en una semana que me hacía ponerlo en hora cada domingo, no se atrasaba mucho, un par de minutos en siete días...
Tal vez, sólo tal vez, ese contacto personal cada domingo forjó un vínculo especial. Puede decirse que estaba lisiado puesto que la esfera de cristal hace muchas lunas que se hizo añicos; las agujas dobladas porque si no se montaban y dejaban, estáticas, de cumplir su función. El departamento de la pila carecía de dos paredes y hace también muchas lunas que el papel celofán hacía de pladur de emergencia, uno de esos apaños de Pepe Gotera doméstico, pero tras las cirugías pertinentes superó su tara y daba la hora cuando le miraba interrogante...
Estéticamente era resultón, con números romanos que siempre dan mucha enjundia y rodeado de un estampado de estilo retro. Llamaba la atención como si fuera de marca o de categoría...
Y es que era de origen humilde, ensamblado en China y adquirido en una de esas tiendas que venden cosas inútiles en su mayoría pero también cojines, tazas estampadas de mensajes o figuras, de cuadros de Marilyn Monroe, de la ciudad de New York o estampas inglesas. Fue barato y caro a la vez, de esos objetos que te llaman la atención y automáticamente lo visualizas colgado en la estancia y sabes que es lo que estabas buscando...
Puede decirse que murió en mis brazos. Lo descolgué de la pared, ya tenía la pila de recambio preparada y cuando me disponía a extraer la gastada, la parte de la rosca de poner en hora se soltó, más bien percibí que se suicidaba tirándose al suelo. Aún perplejo y poco repuesto de la impresión, al cogerlo en vertical la aguja del minutero dejó su posición casi al mediodía y se ahorcó quedando inerte y muerta moviéndose inerte si meneaba la esfera. Tal cuelgue de la aguja era la señal inequívoca de su muerte clínica...
Ni fue una despedida de epitafios. Sólo pensaba en que me había dejado tirado y sin poder mirar la hora en la estancia. Fue amortajado en la bolsa de la basura de esa misma noche y arrojado al contenedor donde nadie sabrá nunca su historia, mi historia de tantas y tantas horas...
Dicen que las lágrimas van al mar pero me gustaría saber a dónde va el tiempo una vez marcada la hora o si sólo será una basura más en un vertedero cualquiera, quién sabe.
The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
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