Suplemento literato cutre de The Adversiter Chronicle
Autor: Torcuato Luca de Tena
Editorial: Homo Legens – Grupo Intereconomía
Edición: 2006
Para el lector que simplemente le guste leer y saber algo de historia reciente, del siglo pasado, es un testimonio y un reflejo a la vez que una obra que entronca con la subdivisión literaria de los gulags tan típicos de la cultura rusa zarista y luego perpetuada por la URSS y su más insigne exponente de promover los mismos: Stalin.
Libro
común a “Archipiélago Gulag” o de otros
dedicados a las vicisitudes de los prisioneros de guerra en campos japoneses
pero sobre todo la lucha por sobrevivir de soldados españoles prisioneros de la
URSS y de qué manera encontraron fuerzas para sobrevivir siendo el capitán
Palacios su líder y sobre todo su oficial superior en el alienante mundo del
gulag.
Es
verdad que hay trozos del libro donde parece que el autor se deja llevar de
patriotismo post guerra en la España de la dictadura fascista primero y
personal después mientras que en otras distinguimos perfectamente cuando habla
el soldado, el protagonista, ya reducido a carne de gulag pero que se auto erige en líder para
no derrumbarse ni perder a sus hombres manteniendo la compostura y gallardía
militar a la que renunciaron otros compañeros
alemanes con más rango. Pero también es testimonio de unos soldados, la
División Azul, que al acabar la guerra fueron olvidados por así decirlo.
Mientras italianos y alemanes eran repatriados, los españoles siguieron
prisioneros.
Como
siempre, unas breves pinceladas:
-No nos quedan municiones –me dijeron
-Preparad bolas de nieve. Sirven de piedras –Es claro que no
hablaba en serio. La frase equivale a lo que los franceses llaman una `boutade´.
En cualquier caso significaba la orden de resistir.
Durante todo el combate apenas tuve tiempo de atender a los
heridos. Ya en esta fase di orden que los alojaran en un búnker, el único que no
había sido deshecho. Era tan grande el silencio que, en esta espera angustiosa,
sólo oíamos a nuestra espalda los ayes y los lamentos de los heridos del
búnker. Decidí hacerles una visita y pedí al alférez Castillo que me
acompañara. El cuadro era tal que me duele hasta recordarlo. Algunos
agonizaban. A los que habían muerto se les cubría con un saco en espera de trasladarles
a mejor lugar. No llevábamos tres minutos con ellos cuando me reclamaron a
gritos. Subía a la superficie y me encontré a los rojos ya encima. Castillo
disparó sobre ellos el último cargador de su pistola automática y les hizo
varias bajas. En oleadas, y sin disparar, pues se hubieran herido a sí mismos,
cayeron físicamente sobre nosotros. Entre la capa de polvo, nieve, sudor y
sangre se adivinaban los rasgos de los vencedores. Unos eran nórdicos y se
diferenciaban poco de los alemanes. Otros –pómulos salientes, ojos oblícuos-
eran mongoles. Uno de los atacantes, herido en el vientre, se desplomó allí
mismo ante nosotros. Un suboficial ruso le preguntó si podría levantarse, y, al
contestar aquel que no, le remató de un disparo en la nuca. El muerto y el matador
eran compañeros de armas.
-¡Davai! ¡Palléjali! –que quiere decir:<< ¡Adelante!
¡Deprisa!>>
La estepa se abría ante nosotros, desnuda y helada.
-¡Davai! ¡Davai!
La noche a nuestra espalda, cayó como un cerrojo sobre Asia, la
`cárcel infinita´.”
“Durante las doce o trece horas de trabajos forzados a que se
sometía a los prisioneros en la inmediata fábrica de trilladoras, llamada Serpi
y Molot (Hoz y Martillo), los soldados no recibían ni una mísera ración de pan.
Sólo al regreso y al amanecer se les daba algo de comer. Después del agotador
trabajo regresaban al campamento, y no una, sino varias veces, se dio el caso
de que soldados totalmente agotados murieran allí mismo, en el paseo de
regreso, cayendo sobre la nieve. Al día siguiente, cuando los forzados
trabajadores pasaban de nuevo por aquel lugar, camino de la fábrica, volvían a
ver el cuerpo muerto del compañero en el mismo sitio donde cayó. Como la
temperatura era muy baja, los cuerpos no se descomponían sobre la nieve, y allí
permanecían (sin más variación que, noche tras noche, los iban desnudando para
robarles la ropa) hasta que el jefe de campo tuviera a bien darles de baja,
tras haber aprovechado en beneficio propio durante estos días la ración del
muerto. Más de una vez, uno de estos cuerpos aparecía al amanecer con los ojos
saltados por los cuervos y los pies devorados por las ratas. Me repugna
escribir esto, pero es preciso no omitir detalle alguno de las cosas, pues aún
hay gentes que a nuestro regreso sonríen escépticas, pensando que veníamos de
dormir once años en un lecho de rosas. Aquí en Jarkof, volvió a repetirse el
caso, ya iniciado en Cheropoviest, de comerciar con los alimentos no digeridos
por los enfermos de disentería, separándolos de los excrementos para lavarlos
con nieve, hervirlos y comerlos.”
Sentimiento
de recuperar la libertad…
“Vertiginosamente , sobre aquel fondo de apoteosis, comenzaron a
desfilar dentro de mí momentos cumbres del cautiverio. La lrga columna d
eheridos tropezando sobre la nieve, avanzando a golpes de culata hacia la
cárcel infinita; el primer interrogatorio en Kolpino, cuando me negué a
declarar desnudo, porque aquello atentaba contra mi dignidad; el diálogo con el
general cortés, la primera celda, el cruce del Ladoga a 40 grados bajo cero. ¡Cheropoviest,
con sus caníbales blancos! ; Suzdal, con los italianos –los que descubrían
frescos bizantinos en las paredes de su cárcel; los que morían por descubrir
una flor-; el ángel sin piernas, a saltos de batracio, murmurando tras nuestras
rejas la canción del legionario; mi negativa a trabajar ante los perros y las
metralletas…; el encuentro en Oranque con los rojos españoles; su huelga y mi
escrito a Moscú defendiéndoles…
Dicen que en los minutos que preceden a la muerte todo el pasado se
derrama sobre el hombre. De mí sé decir que esto ocurre también en las muertes
al revés, al renacer de la vida…”
Para
el común de los mortales un retrato de los gulags y la hazaña de supervivencia
de unos soldados que eran españoles y que con el paso del tiempo queda como
testimonio de la brutalidad y el horror que el ser humano es capaz de infligir a
otros seres humanos. Porque con el paso del tiempo, de los siglos, las guerras
pasan y se olvidan sus motivaciones pero el horror se perpetúa sea cual sea el
color de las banderas.
Una
lectura que sirve en suma de homenaje y recuerdo a la vez que transversalmente
es un fresco de los gulags rusos y a dónde lleva la sinrazón y la crueldad
sobre los vencidos, ya sean de izquierdas o de derechas: a los campos de
concentración.
The Adversiter Chronicle, diario
dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
http://theadversiterchronicle.org/
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
http://theadversiterchronicle.org/
theadversiterchronicle@hotmail.es
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