Suplemento
literato cutre de The Adversiter
Chronicle
Autor: Lytton Strachey
Editorial: Lumen
Traducción: Silvia Pons Pradilla
Edición: Octubre de 2008
Es
el veinte aniversario del fallecimiento de Diana de Gales y resulta
un buen momento para visitar la biografía de otra mujer que está en
el imaginario colectivo no sólo del mundo anglosajón: la mítica
reina Victoria, que dio nombre a toda una época con su longevo
reinado pero de la que realmente poco se sabe...
Iremos
de la mano de un autor y un libro escrito en las primeras décadas
del pasado siglo con un estilo al que ya no estamos acostumbrados y
que en buenas manos que manejan mejor la pluma es un delicioso
recorrido basado en numerosos documentos y obras engarzadas
maravillosamente por Lytton Strachey siendo tildada de ser la mejor
biografía sobre la reina Victoria incluso hoy en día. Otro acierto
es que vemos la óptica de la protagonista donde nombres de la
historia, hombres y mujeres, conocidos y con libros dedicados a sus
obras y sus actos pasan ante nosotros igual que pasaron por su vida y
que conocemos y el autor utiliza por sus diarios y correspondencia
desde pronta edad. Viviremos sus alegrías, su amor devocional a su
esposo muerto prematuramente,su dignidad imperial y al igual que ella
a medida que pasamos la páginas también sentimos su dolor y su
nostalgia ante el inevitable paso de la muerte que nos arrebata los
seres queridos y admirados.
Giles
Lytton Strachey nació en Londres en 1880 y falleció en Wiltshire en
1932. Fue uno de los ensayistas y biógrafos más destacados del
grupo Bloomsbury. Hijo de la aristocracia inglesa, desafió las
convenciones de su tiempo y revisó los presupuestos morales y éticos
de su época en obras maestras del género biográfico. Refinado y
viperino ensayista, provocador, incisivo y capaz de enfrentarse sin
complejos a las consagradas figuras de la historia política,
intelectual y social de Inglaterra.
Datos
sacados de la contraportada y, sin más rollos, unas breves reseñas que
os inciten a su apasionante lectura:
Hace
falta un sucesor o sucesora al trono...
“Tras
la muerte de la princesa cobró gran importancia, por más de una
razón, que el duque de Kent se casara. En lo concerniente a la
nación, la falta de herederos en la familia reinante parecía
convertir ese paso en obligatorio y, con toda probabilidad, desde el
punto de vista del duque, resultaba igualmente conveniente. El hecho
de tener que casarse como deber público, por el bien de la sucesión
de un país agradecido. Cuando el duque de York se casó recibió una
retribución de veinticinco mil libras anuales. ¿Por qué razón no
habría de esperar el duque de Kent una suma similar? Pero la
situación no era tan sencilla. Había que tener en cuenta al duque
de Clarence, el mayor de los hermanos, y si él se casaba, era
evidente que tendría prioridad a la hora de reclamar el dinero. Por
otro lado, si el duque de Kent se decidiera a contraer matrimonio,
había que recordar que estaría haciendo un importante sacrificio,
puesto que se vería implicada la reputación de una dama.”
Conociendo su destino al trono...
“Al
año siguiente se decidió que había llegado el momento de
explicarle la situación. La escena es de todos conocida: la lección
de historia, el árbol genealógico de los reyes de Inglaterra que la
institutriz había colocado de antemano entre las páginas del libro,
la sorpresa de la princesa, sus preguntas y al fin la comprensión de
los hechos. Cuando la niña lo entendió guardó silencio durante
unos minutos y después dijo: `Seré buena´. Aquellas palabras
fueron algo más que una declaración convencional, algo más que la
expresión de un deseo impuesto; fueron, en su limitación e
intensidad, en su seguridad y humildad, un resumen intuitivo de las
cualidades dominantes de una vida. `Lloré mucho al saberlo´,
observó Su Majestad tiempo después. Sin duda, mientras los otros
estuvieron presentes, entre ellos su querida Lehzen, la pequeña
mantuvo la compostura, pero después corrió a esconderse para vaciar
su corazón de una agitación extraña y profunda en un pañuelo,
alejada de la vista de su madre.”
Su tío, el rey Leopoldo de Bélgica...
“La
correspondencia con el rey Leopoldo revelaba mucho de lo que aún
permanecía parcialmente oculto del carácter de Victoria. Con su tío
siempre había mantenido una actitud firme. En respuesta a todos sus
avances, Victoria había levantado un muro infranqueable. La política
exterior de Inglaterra no era de su incumbencia; era competencia de
la reina y de sus ministros. Las insinuaciones de su tío, sus
ruegos, sus intentos, fueron del todo inútiles, y era preciso que él
comprendiera la situación. La rigidez en la actitud de Victoria era
aún más sorprendente a causa del respeto y el afecto con que la
acompañaba. Desde el principio y hasta el final, aquella reina
impasible siguió siendo una sobrina afectuosa y ejemplar. El
mismísimo Leopoldo debió de envidiar una corrección tan perfecta,
pero lo que es admirable en un estadista de edad avanzada resulta
alarmante en una joven de diecinueve años. Y los observadores
privilegiados no estaban libres de cierto temor. Esa extraña mezcla
de ingenua alegría y firme resolución, de franqueza y reticencia,
de puerilidad y orgullo, parecía augurar un futuro plagado de
perplejidad y peligros.”
Príncipe Alberto...
“Al
mismo tiempo, su actividad experimentaba un enorme crecimiento en una
esfera más importante. Se había convertido en el secretario privado
de la reina, en su consejero personal, en su otro yo, y como tal
estaba presente en todas sus entrevistas con los ministros. Empezó a
interesarse, como la reina, por la política exterior, pero no había
ningún asunto interno en el que no se percibiera su influencia. Se
estaba produciendo un doble proceso: mientras Victoria se sentía
cada vez más sometida a su poder intelectual, Alberto, al mismo
tiempo, estaba cada vez más absorbido por la maquinaria de la alta
política: los asuntos incesantes y variopintos de un gran Estado.
Nadie podía tildarlo de diletante; era un trabajador, un personaje
público, un hombre de negocios.”
Viuda...
“La
muerte del príncipe consorte marcó el momento crucial en la
historia de la reina Victoria. Sentía que su vida se había agotado
con la de su marido y que los días que le quedaban en este mundo
habrían de ser sombríos: una suerte de epílogo a un drama que ya
había terminado. Y su biógrafo tampoco se libra de una sensación
similar; también para él la última mitad de su larga carrera es
una etapa sombría. Los primeros cuarenta y dos años de la vida de
la reina están iluminados por una gran cantidad de información,
auténtica y variada. Con la muerte de Alberto, un manto desciende
sobre ella. En contadas ocasiones, a intervalos irregulares e
inconexos, ese manto se alza durante un instante y se adivinan
algunos contornos, unos pocos detalles significantes, pero el resto
sigue siendo conjeturas y ambigüedad. Así, aunque la reina
sobrevivió a esa dolorosa pérdida durante casi tantos años como
llevaba de vida antes de que se produjera, la crónica de esos años
no es comparable con la historia de la primera mitad de su vida.”
Madre preocupada...
“Todo
habría ido bien si los problemas domésticos de la reina se hubieran
solucionado con la misma facilidad. Entre sus preocupaciones más
serias estaba la conducta del príncipe de Gales. El joven se había
casado e independizado, se había sacudido de los hombros el yugo
familiar y comenzaba a hacer lo que le venía en gana. Victoria
estaba muy inquieta y sus peores temores parecieron hacerse realidad
cuando en 1870 el príncipe tuvo que declarar como testigo en un
juicio de divorcio. Era evidente que el heredero al trono se había
estado relacionando con gente que Victoria no aprobaba. ¿Qué se
podía hacer? Se dio cuenta que su hijo no era el único culpable,
que también había que tener en cuenta el papel de la sociedad, de
modo que le despachó una carta al señor Delane, director de “The
Times”, en la que le pedía que `escribiera artículos frecuentes
sobre el inmenso peligro y los males causados por la frivolidad y la
superficialidad de las opiniones y el estilo de vida de la clase
alta´. Y cinco años después el señor Delane escribió un artículo
sobre ese tema. Sin embargo, no pareció tener mucha repercusión.”
Se
acerca el final...
“La
tarde había sido dorada, pero después de todo, el día iba a
terminar con nubes y tormenta. Las necesidades y ambiciones
imperiales implicaron al país en la guerra de Sudáfrica. Hubo
reveses, contratiempos y desastres sangrientos que sacudieron la
nación y la reina atendió con verdadera solicitud la preocupación
de su pueblo. Pero tenía el ánimo en alto y su valor y su confianza
no se tambalearon ni por un instante. Entregada en cuerpo y alma a la
lucha, trabajó con redoblado vigor, se interesó por los detalles de
las hostilidades e hizo cuanto estuvo en sus manos para rendir sus
servicios a la causa de la nación. En abril de 1900, cuando tenía
ochenta y un años, tomó la extraordinaria decisión de renunciar a
su visita anual al sur de Francia y viajar a Irlanda, que había
proporcionado una cifra particularmente elevada de reclutas a los
ejércitos que había en el campo de batalla. Se quedó tres días en
Dublín, donde recorrió las calles, pese a las advertencias de sus
consejeros, sin escolta armada, y la visita resultó un éxito
absoluto. Sin embargo en el transcurso de ese viaje comenzó, por vez
primera, a mostrar señales de la fatiga propia de la edad.”
Biografía
apasionante en un delicioso estilo narrativo ideal para lectura
reposada de verano, a la luz de la mesita y que hará las delicias y
despertará el interés a lectores variopintos, amantes de la
historia, de la realeza, de las biografías y para curiosos. Podemos
pasar unas risas si lo regalamos a la suegra que pensará que se
trata de la reina actual y meterá la pata en reuniones y saraos
cuando salga el tema...
The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
http://theadversiterchronicle.org/
theadversiterchronicle@hotmail.es
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