The Adversiter Chronicle

viernes, 4 de mayo de 2012

"Memorias de la Transición", por Antón Rendueles


Unas memorias de Antón Rendueles en exclusiva para The Adversiter Chronicle


CAPÍTULO IV
(La radio)

 Cuando se es está postrado se desarrolla un agudo sentido de captar detalles que antes me pasaban desapercibidos y ello trae el recuerdo…
Me ocurre con la radio. Ahora que me veo obligado a pasar largas horas en el mismo sitio he vuelto a recuperar el hábito de escuchar la radio como en aquellos años…

 El primer recuerdo que tengo de la radio era escucharla desde mi niñez aunque no recuerdo los programas pero sí me ha quedado la sintonía de Radio Cadena Española, de esas musiquillas que periódicamente inundan la mente y estamos repitiéndola una y otra vez para nuestros adentros.
Pero el recuerdo nítido es de aquellas radios pequeñas, de color naranja chillón que se utilizaban para seguir los partidos los domingos por la tarde. Recuerdo llevarme mi abuelo al Molinón y verlas entre el gentío y también en aquellos viajes domingueros a la cuenca minera y ver a los parroquianos con el transistor en la oreja.
Cuando tuve mi primer toca discos, se trataba de un ·compacto”, un alarde tecnológico de la época en los primeros años de la Transición. En una sola pieza iba integrado el plato del giradiscos, el casete y la radio con varias bandas además de la onda media…
Y un pilotito verde.

 Aquel pilotito significaba en mi mente la ventana a un universo nuevo y fascinante: la radio en FM y estéreo. Recuerdo el ansia de tratar de sintonizar algo y como el dial recorría, no frenéticamente pero sí ansioso como si mi dedo en la rueda de sintonización le transmitiera mi propia ansiedad, recorría sin encontrar emisora alguna. Frecuentemente le preguntaba a mi padre, carne de siderúrgica que quemaba su juventud a turnos criminales para la psique y el organismo como tantos otros padres, para cuándo se escucharían los 40 Principales, la emisora de música…

Mi padre era un manitas y me instaló dos altavoces a ambos lado del cabecero y le acopló una entrada de auriculares, los cascos lo llamábamos. Recuerdo a mi padre arañando horas de sueño en mi cama porque la ventana daba al patio de luces y no había ruidos de la calle… Cuantas veces entraba furtivamente a buscar algo procurando no despertarle y sintiendo rabia provocada por el egoísmo infantil por ver ocupada mi habitación, ciego a que papá necesitaba descansar para poder seguir proporcionándome mi inocencia feliz. Años más tarde sentí en mi propia carne lo que es arañar horas al sueño y recordaba aquellas tardes dándome cuenta por fin de lo cruel que había sido…

Por suerte la crueldad infantil no suele ser pecado, más que nada porque tendemos a enterrarla en nuestro recuerdo aunque a veces aflore. Sí siento el amor que mi padre tenía a su familia y el sacrificio que tuvo el valor de afrontar para conseguirlo.

Y es que mi padre tenía lo que entonces era una joya tecnológica: la mítica radio casete Sanyo  con su no menos mítica aguja de potencia que señalaba la calidad de la recepción. Ahora se muestra como símbolo de la época y uno de los primeros productos de consumo a nivel global, globalización de aquella en  clave de capitalismo y comunismo con su Guerra Fría.

 Luego llegó Antena 3 y aunque seguía fiel a Antonio José Alex, al poco de que se sintonizara ya era fiel de sus locutores: El García, protagonista de conversaciones de adulto que yo escuchaba fascinado; Martín Ferrand y su inconfundible voz y que ya me caía simpático desde que presentara un tiempo la película de los sábados por la noche; Antonio Herrero y su tocayo de apellido; la voz profunda y rotunda del locutor de continuidad y el Pumares y su Polvo de estrellas que muchas madrugadas me quedaba escuchando hasta del final…



Y ahora sin poder moverme vuelvo a sentir la radio como en aquella Transición donde los niños éramos niños con el sacrificio de nuestros mayores y deseaba ser mayor para poder moverme, aquí y ahora vuelvo a los orígenes disfrutando del placer de la magia de la radio y que al igual que un libro no puede ser sustituida por un medio digital, es necesario seguir la liturgia íntima e intimista entre mi dedo moviendo el dial, sintiendo la estática entre emisora y emisora, ver como el led de sintonización se ilumina…

La Transición tuvo su noche de los transistores pero para mi la Transición tiene banda sonora de radio cuando ésta al igual que el país se adaptaba y modernizaba a los nuevos tiempos que olían en el aíre a colada recién lavada en la ventana agitada por el viento y secando al sol brillante de la libertad.
La radio me sirvió de torre de lanzamiento para caminar y ahora que ya no puedo moverme me acompaña como una mortaja confortable y serena…
Antón Rendueles


The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
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