Los golpes en la puerta martilleaban mi cerebro abriéndose paso entre la resaca. Por la forma de llamar supe antes de abrir los ojos pesadamente que era la policía.
-¡Ya voy!- grité entre una mareante nebulosa visual donde la habitación daba vueltas.
Abro la puerta y un orangután uniformado de la Oficina del Sheriff la empuja para abrirla del todo y haciendo que casi me escoñe contra el suelo. Conocía a su compañero, era el ayudante del Sheriff, el típico notas que medra a la sombra del jefe como esbirro leal pero que acapara el verdadero poder.
-Pasen caballeros... están en mi casa.
-Pues más bien parece una pocilga- me dice el orangután mientras acaricia la porra.
Voy al baño y paso del orangután mientras el ayudante del Sheriff fisga en la habitación. Meto la cabeza debajo del grifo y el agua fría parece amortiguar el bum-rum de la resaca que retumba en mi cabeza que me hace hasta medio cerrar los ojos.
-Parece que ayer lo pasó bien, Murphy. ¿Puede decirme donde estuvo desde la medianoche?- me interroga el ayudante que se ha sentado en el sofá mientras su orangután compañero pone café a calentar.
-En “Panojito´s”. ¿Es acaso ilegal? No me extrañaría que nuestro amado gobernador Skrulls declarara ilegal emborracharse, se ahorraría un pastón en la sanidad pública...
-Déjese de hacer el gracioso y responda si conoce a este tipo, Murphy.
La jeta era inconfundible, se trataba de mi confidente etílico, el sodomita concubina de H. P. Morgan. Teniendo en cuenta que H. P. Morgan era un confidente lo mejor sería no mentir pero decir sólo media verdad...
-Sí, claro, es el tipo con el que estuve charlando... Ni siquiera sé su nombre, pero nos caímos bien y al final le acerqué a casa, tenía una borrachera asombrosa, jefe.
-Entonces la suya debía ser espectacular, Murphy. El tipo se llama Charles Chass y está muerto. Le han hecho una “corbata colombiana”.
-Pues lamento decirle que yo no he sido. Me limité a dejarle a la puerta y aunque borracho, estaba vivo. ¿Saben la hora de la muerte?
-El forense dice que tuvo lugar entre las siete y las nueve de la mañana. Lo encontró una vecina que va dos veces por semana a limpiar la casa. Pero el caso es que no consta en la base de datos que fuera un delincuente, salvo una condena de servicios a la comunidad cuando era adolescente y varias multas de tráfico, el típico don nadie. ¿De qué hablaron? ¿Recuerda que le dijera que tenía miedo de que le siguieran... algo que aporte una pista?
-Me habló de que su vida era una mierda, ya sabe, divorcio, padres jodidos en una residencia... Pero no me dijo ni mencionó que le siguieran o tuviera enemigos. Parecía un buen tipo que se había convertido en un pobre desgraciado... ¿A qué se dedicaba, si puede saberse, jefe?
-Sabe Murphy, trabajé en la acería. Mi padre y antes mi abuelo trabajaron allí y yo estuve un par de años. Cuando llegaba el capataz, el ingeniero o algún otro mando, para llamarle hijo de puta, le decíamos “jefe”. ¿Me está llamando hijo de puta, Murphy?
-No, jefe...
Vi venir al orangután pero no pude evitar su croché que me hizo aterrizar sobre la mesa aunque pude poner mi mano entre la mejilla y el canto de mármol.
-Trabajaba de conserje en el Club Caracol. ¿Lo conoce?
-He.. he oído hablar de él... Creo que es de H. P. Morgan... ¿No?
El ayudante del Sheriff se me quedó mirando como si estuviera observando una extraña forma de vida llegada de otro planeta.
-Escuche imbécil, no salga de la ciudad y acuda cuando le llamen a declarar a la comisaría, ¿entendido?
No esperó respuesta, desapareció con su orangután subordinado antes de que pudiera contestar mientras el pómulo me latía ferozmente anulando la resaca.
Tras ducharme y tragar café, decido ir al centro. Cuando entro en el coche me doy cuenta de que el pobre desgraciado se había dejado su abrigo. Tiene un bulto en uno de los bolsillos, son amplios para poder meter las manos en invierno y el bulto apenas asoma su papel de embalaje, amarillo. Me aseguro de que nadie me observa y abro el sobre. Es una cinta de vídeo. No tiene título ni nada en el exterior que indique de qué se trate. Regreso a casa y rebusco en el armario el viejo VHS. Logro recordar como conectarlo al televisor y pongo la cinta...
H. P. Morgan acapara la escena desnudo y vestido únicamente con un tutú y zapatillas de baile que resultan grotescas por el tamaño de sus pies. Le acompañan varios hombres de uniforme de conserje, entre ellos mi difunto compañero de barra de la noche anterior. El resto del vídeo es una sucesión de enculadas a H. P. Morgan a cargo de los conserjes que no parecen disfrutar mucho de la juerga. H. P. Morgan babea y emite gruñidos cada vez que le penetran el ano. Tras veinte minutos de fiesta sodomita, la imagen se funde en negro y aparece en letras blancas una dirección de internet.
Me acerco al ordenador y tecleo la dirección. Aparenta ser una agencia de consultoría y hay que registrarse. No lo hago pero tomo nota de la dirección.
Treinta minutos después estoy esperando a la puerta del despacho del Director Técnico de N&N Consulting.
-Pase señor Murphy, ¿puedo servirle algo?
-Un café solo sin azúcar, si es tan amable.
No hace falta que lo sea, antes de que termine mi petición entra una hermosura sudamericana cuyo contoneo provocaría en los sismógrafos un 10 en la escala Ritcher. Cuando se inclina a ofrecerme la taza, su escote me deja mareado y con cara de gilipollas mientras el Director Técnico se sienta observándome con cara de satisfacción. La belleza se va aunque su delicado aroma a perfume caro aún tintinea en mi pituitaria.
-Bien, usted dirá...- me dice mientras se deja caer en el respaldo del bonito sillón ejecutivo de su bonito despacho, con cara de satisfacción del que trabaja en un despacho ajeno a la miseria del asfalto.
-Seré breve, no quiero robarle su valioso tiempo. Verá, tengo una cinta de vídeo donde H. P. Morgan se corre una juerga de sodomitas y donde al final de la película aparece la web de N&N.
El tipo borra su sonrisa de satisfacción, se levanta y cierra con llave la puerta del despacho. Acerca una silla y se sienta frente a mi. Ya no es el gilipollas gordo Director Técnico de N&N. Parece uno de esos sargentos mayores retirados del servicio tras treinta años matando enemigos de la patria. Su mirada es fría pero no amenazadora, me estudia. Saca un cigarro y me ofrece.
-Bien, seamos breves. ¿Tiene las otra nueve?
-¿Las otras nueve qué?- pregunto desconcertado.
-¿Quién carajo es usted?
-El dueño de esta cinta ha amanecido muerto con una hermosa corbata colombiana y es uno de los que aparecen en la cinta. Así que deduzco que el que haya nueve pollas más aparte de la suya entrando y saliendo del culo de H. P. Morgan coincide con el número de copias. ¿Es así?
-Sí, pero tengo la impresión de que usted no sabe nada y que está aquí con la esperanza de sacar algún dinero con la cinta. Lo extraño es que haya venido en lugar de venderla a una emisora de televisión. Y si el tipo está muerto, usted debió de matarle para tener esa cinta. Es usted un capullo, amigo, un perfecto capullo.
Enciendo el cigarro mientras observo como llama a la Oficina del Sheriff y solicita su presencia para detener a un tipo que trata de chantajearle. Se vuelve a su sillón ejecutivo y me mira como quien mira un besugo que ha mordido el anzuelo. Va de farol pero seguiré el juego, a fin de cuentas puede decirse que trabajo para H. P. Morgan desde un punto de vista técnico.
El Sheriff me ha tenido una hora en la celda antes de dignarse a “recibirme” en su despacho. Está sentado leyendo un papel cuando levanta la vista y coge su taza de café.
-¿Por qué dice que trabaja para H. P. Morgan?
-Porque es cierto Sheriff, esta tarde debo verme con él para ver de qué se trata.
-Verá Murphy, el Director Técnico de N&N asegura que usted asesinó a Chass, asegura que junto con usted chantajeaban a H. P. Morgan, dice que seguramente te volviste avaricioso y decidiste liquidar a tu socio y probar suerte en solitario...
-¿N&N hace ahora el trabajo de investigación criminal de la Oficina del Sheriff?
-Responda a mi pregunta si no quiere que se le hinche el otro pómulo, Murphy.
-¿Qué motivo tendría para chantajear a H. P. Morgan? Por lo que sé todo el mundo sabe de qué pájaro sodomita se trata y la cinta se grabó desde un soporte digital.
-H. P. Morgan es seropositivo y ha contagiado a toda su guardia pretoriana. Les paga el tratamiento pero Chass iba a ser despedido porque en realidad era un infiltrado de Red Brain que le hacía de camello. ¿Conoce a Red Brain?
-Sólo de oídas, no personalmente. Pero, según Chass, se la tenía jurada a H. P. Morgan aunque desconozco los motivos.
-Principalmente uno: el negocio de ataúdes de H. P. Morgan.
Lo cierto es que sin aún conocerle personalmente el H. P. Morgan no dejaba de sorprenderme: marica degenerado, cretino con dinero del amaño de las apuestas de caracoles y ahora empresario de pompas fúnebres...
-¿Es una broma, Sheriff, u otro de los chanchullos de H. P. Morgan?
-En realidad es una tapadera de tráfico de estupefacientes. Los ataúdes llegan de Florida cargados de “tiza”, luego H. P. Morgan los utiliza en la funeraria que lleva un “caballo blanco” sólo que el muy tacaño entierra los cadáveres sin el ataúd que vuelve a ser reutilizado. En realidad es una fuente de ingresos “respetable” para H. P. Morgan que ni siquiera gasta en ataúdes nuevos.
-¿Y qué pinta Red Brain?
-Ese bastardo enterró a su suegra en la funeraria de H. P. Morgan, aún eran socios, y H. P. Morgan le dijo que corría con los gastos del entierro. Lo malo es que hubo de realizar una autopsia a la suegra después de enterrada y Red Brain descubrió el chanchullo. No lo ha denunciado, pero creo que ya no folla con su esposa desde el desentierro de la suegra. No le sentó bien que a su madre la enterraran sin ataúd.
-Parece claro que H. P. Morgan nunca será enterrado en uno de sus ataúdes, Sheriff. ¿Pero por qué un sucio sodomita degenerado y pervertido como H. P. Morgan que se rodea de tías buenas, estafa en los entierros y trafica con “tiza” no es detenido y yo sí?
-H. P. Morgan no tiene muchos amigos y los que tiene le huyen cuando ven que son observados por sus cámaras en el caracolódromo. Por mucho que le gusta ver y espiar por las cámaras de seguridad, los amigos y conocidos se escabullen en cuanto le ven allí, saben que les está grabando.
-¿Y cómo saben que les están grabando?
-¡Jajajajajaja! El muy cretino instaló pilotos rojos en las cámaras durante un colocón que le duró semanas emulando los estudios de televisión sin darse cuenta de que sólo sirven para que sus amistades salgan cagando hostias cuando ven encendido el piloto rojo en una cámara de seguridad.
-Sin embargo no está en prisión, Sheriff.
-El hijo de mala madre está protegido pero por mucho que espere y desespere no podrá tener limpia su conciencia ya que está y estará permanentemente vigilado por la Oficina del Sheriff y la mierda ya le alcanza por encima de su cabeza.
Al final me deja libre y ordena a su ayudante que me acerque a casa. Tengo casi una hora hasta la cita con H. P. Morgan. El ayudante del Sheriff parece contento mientras conduce aunque da un rodeo para observar las calles.
-Siento lo del pómulo, Murphy, no es nada personal.
-Tranquilo, me lo creo. Después de H. P. Morgan y sus chanchullos nada me sorprende. Pero sale con unas hembras cojonudas, esa es la verdad.
-Sí, pero le gustan los rabos, es todo una pantalla. ¿Quiere oír algo curioso y gracioso, Murphy?
-Empecemos por lo curioso...
-H. P. Morgan salía mucho con Cristina, una cubana despampanante de buena familia, un antiguo oficial de Somoza. Solía sacarla a divertirse cuando baja a Florida donde le gusta pavonearse de rey del mambo. El caso es que la señorita tenía un chófer, también cubano. Una mole de músculos y según los dimes y diretes con una polla de considerables dimensiones, Pedro “El Cubano”. En realidad la Cristina era una cortina y H. P. Morgan gustaba de sentarse de copiloto mientras le agarraba la polla a Pedro, luego, mientras Cristina iba a la discoteca, Pedro “El Cubano” le metía bien metida la polla al culo de H. P. Morgan. Decían que incluso se había enamorado, el caso es que H. P. Morgan anduvo más colgado de aquella polla cubana que de la “tiza”.
-Una bonita historia de amor. ¿Qué ocurrió?
-Ocurrió que Pedro “El Cubano” era un sidoso y le contagió el virus a H. P. Morgan.
-¿Y la cosa graciosa, jefe?- le pregunté mientras detenía el coche en un callejón a una manzana de mi apartamento.
-Que H. P. Morgan es confidente de la Oficina del Sheriff y debemos protegerle de huele braguetas como tú, Murphy- respondió mientras me apuntaba antes de disparar.
El primer disparo me dio en el hombro y el segundo en el hígado por la abundante sangre. Pude arrastrarme hasta mi casa sin que nadie se percatara de mis heridas y en este barrio tampoco abundan los buenos samaritanos. He podido mandar un correo a mi colega W. Bishop, un compañero de armas...
Es curioso, estoy agonizando en el suelo y veo como la sangre empapa la alfombra, pero me acuerdo del cawboy de la otra noche y lo que me dijo: “si continúa trabajando para ese cerdo pervertido de H. P. Morgan, tarde o temprano harán un réquiem por un hombre muerto y no será H. P. Morgan que en realidad está muerto en vida”.
Es la hora de mi cita con H. P. Morgan y no puedo evitar reírme pensando en que me entierren en uno de sus ataúdes... Un degenerado sodomita drogadicto y cretino que es además tacaño. Me pregunto si W. Bishop leerá el e-mail aunque supongo que vendrá a mi funeral...
Cierro los ojos un momento y pienso que en realidad no quiero volver a abrirlos...
In memoriam de Randall L. Stevents.
The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
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theadversiterchronicle@hotmail.es
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