Unas memorias de
Antón Rendueles en
exclusiva para The Adversiter Chronicle
El puerto local
La
primera parte de mi infancia transcurrió en el viejo barrio de
pescadores, adosado a lo que entonces era el puerto local, hoy
llamado y siendo puerto deportivo. Donde ahora hay pantalanes,
embarcaciones de recreo y ambiente nocturno en disco bares, antes era
un muelle de aguas sucias, viejas barcas de remos y en el paseo se
veían los raíles de donde una vez estuvieron grúas. El olor a
pescado embriagaba el ambiente y se veía gente del mundillo, alguno
en una vieja barca de remos remendando una red y bullicio mañanero.
Era toda una aventura para el pequeño niño que era deambular por el
barrio de casas viejas, una isla en el asfalto urbano al que estaba
acostumbrado. La razón de conocer el barrio pesquero era porque mi
joven madre trabajaba en una peluquería, yo iba a empezar el
periplo escolar pero faltaban meses así que solía acompañar a mi
madre al trabajo y me dejaba deambular por la plaza, así podía
verme desde el local y su compañera tenía un hijo poco mayor por
meses que yo. Juntos íbamos de exploración aunque yo era menos
intrépido y cruzar los límites de la plaza me acusaba temor, ese
temor infantil ante el abismo de lo desconocido. Es curioso como a
medida que se refresca la memoria vuelven olores, rostros y sonidos,
también las callejuelas de balcones de madera y bares un tanto
diferentes a los del barrio de mi casa o el barrio de mis familiares.
Tengo el recuerdo del interior de uno y de un loro de plumas rojas
que decía palabrotas, un tipo en bata de vivos colores y amanerado que me dijo algo sobre
el loro, aunque no recuerdo sus palabras. Tiempo después sería
asesinado en oscuras circunstancias de investigación policial, sólo
era un marica muerto más en una época donde ser marica era un estigma para la dictadura, y hoy el barrio le rinde tributo con una
escultura; era un personaje del barrio del que aún se habla y aún
sigue el misterio de su asesinato. Recuerdo un quiosco cercano a la
peluquería y su deliciosos caramelos de limón, también a una niña
cuya familia regentaba una frutería y no recuerdo su rostro pero sí
su pelo, rubio y en trenzas. Por alguna razón un día mi madre
visitó su casa y mientras los adultos hablaban me enseñó sus
juguetes que recuerdo de color rosa chillón, al menos un teléfono
de pega y un par de muñecas. Ahora que hago memoria, nunca la he
olvidado, supongo que porque compartimos algún momento mientras
pasaba el día. Había una cuesta que llevaba a otra plaza, la cuesta
culminaba en una chatarrería que siempre tenía a su entrada
cachivaches y a la izquierda de la plaza una gran casa que llamaban
la casa del chino, que para
mí era un misterio fascinante. Nunca vi al chino de marras y
recuerdo el balcón que recorría el frontal de la fachada con algún
farolillo chino, eso sí, aunque a día de hoy aquella vieja casa de
gran balcón sigue siendo un misterio. Mi compañero de juegos tenía
la casa de su abuela en el barrio, de portal estrecho y viejos
escalones de madera, abombados la mayoría y que crujían al pisar.
Siempre me trató como a su nieto y el subir a su casa siempre me era
grato. Luego nos aventurábamos al puerto local y es nítida la
imagen en mi memoria de los reflejos del sol en el agua y las viejas
barcas a remos balanceándose, postradas sobre el cieno desvencijadas
cuando estaba baja la marea. Había en el puerto local un edificio de la
Armada donde siempre había un marinero de plantón en el interior
mirando por el cristal de la puerta el exterior y podía verse
amarrado el pequeño patrullero de color gris perla, bastante
decepcionante comparado con los que veía en las películas y siempre
me fascinaba el pequeño cañón de proa. Era muy niño y el viejo
barrio pesquero con su puerto local fue mi primera exploración con
el mundo exterior más alla de la protección hogareña, de caminar
solo u en compañía de mi amigo mientras nuestras madres trabajaban
abriendo camino teniendo trabajo que no fuera ser sufrida ama de
casa, que también. Y supongo que era feliz porque no tengo ningún
mal recuerdo, todo lo contrario. Puedo cerrar los ojos y sentir a las
pescaderas, respirar el aire perfumado de olor a pescado y salitre,
ver balancearse las viejas barcas a remos y el pelo rubio de aqueña
niña de la que no recuerdo su rostro...
Antón
Rendueles
The
Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake
City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr.
IV
http://theadversiterchronicle.org
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