The Adversiter Chronicle

martes, 7 de mayo de 2024

"Memorias de La Transición", de Antón Rendueles

Unas memorias de Antón Rendueles en exclusiva para The Adversiter Chronicle

El puerto local

La primera parte de mi infancia transcurrió en el viejo barrio de pescadores, adosado a lo que entonces era el puerto local, hoy llamado y siendo puerto deportivo. Donde ahora hay pantalanes, embarcaciones de recreo y ambiente nocturno en disco bares, antes era un muelle de aguas sucias, viejas barcas de remos y en el paseo se veían los raíles de donde una vez estuvieron grúas. El olor a pescado embriagaba el ambiente y se veía gente del mundillo, alguno en una vieja barca de remos remendando una red y bullicio mañanero. Era toda una aventura para el pequeño niño que era deambular por el barrio de casas viejas, una isla en el asfalto urbano al que estaba acostumbrado. La razón de conocer el barrio pesquero era porque mi joven madre trabajaba en una peluquería, yo iba a empezar el periplo escolar pero faltaban meses así que solía acompañar a mi madre al trabajo y me dejaba deambular por la plaza, así podía verme desde el local y su compañera tenía un hijo poco mayor por meses que yo. Juntos íbamos de exploración aunque yo era menos intrépido y cruzar los límites de la plaza me acusaba temor, ese temor infantil ante el abismo de lo desconocido. Es curioso como a medida que se refresca la memoria vuelven olores, rostros y sonidos, también las callejuelas de balcones de madera y bares un tanto diferentes a los del barrio de mi casa o el barrio de mis familiares. Tengo el recuerdo del interior de uno y de un loro de plumas rojas que decía palabrotas, un tipo en bata de vivos colores y amanerado que me dijo algo sobre el loro, aunque no recuerdo sus palabras. Tiempo después sería asesinado en oscuras circunstancias de investigación policial, sólo era un marica muerto más en una época donde ser marica era un estigma para la dictadura, y hoy el barrio le rinde tributo con una escultura; era un personaje del barrio del que aún se habla y aún sigue el misterio de su asesinato. Recuerdo un quiosco cercano a la peluquería y su deliciosos caramelos de limón, también a una niña cuya familia regentaba una frutería y no recuerdo su rostro pero sí su pelo, rubio y en trenzas. Por alguna razón un día mi madre visitó su casa y mientras los adultos hablaban me enseñó sus juguetes que recuerdo de color rosa chillón, al menos un teléfono de pega y un par de muñecas. Ahora que hago memoria, nunca la he olvidado, supongo que porque compartimos algún momento mientras pasaba el día. Había una cuesta que llevaba a otra plaza, la cuesta culminaba en una chatarrería que siempre tenía a su entrada cachivaches y a la izquierda de la plaza una gran casa que llamaban la casa del chino, que para mí era un misterio fascinante. Nunca vi al chino de marras y recuerdo el balcón que recorría el frontal de la fachada con algún farolillo chino, eso sí, aunque a día de hoy aquella vieja casa de gran balcón sigue siendo un misterio. Mi compañero de juegos tenía la casa de su abuela en el barrio, de portal estrecho y viejos escalones de madera, abombados la mayoría y que crujían al pisar. Siempre me trató como a su nieto y el subir a su casa siempre me era grato. Luego nos aventurábamos al puerto local y es nítida la imagen en mi memoria de los reflejos del sol en el agua y las viejas barcas a remos balanceándose, postradas sobre el cieno desvencijadas cuando estaba baja la marea. Había en el puerto local un edificio de la Armada donde siempre había un marinero de plantón en el interior mirando por el cristal de la puerta el exterior y podía verse amarrado el pequeño patrullero de color gris perla, bastante decepcionante comparado con los que veía en las películas y siempre me fascinaba el pequeño cañón de proa. Era muy niño y el viejo barrio pesquero con su puerto local fue mi primera exploración con el mundo exterior más alla de la protección hogareña, de caminar solo u en compañía de mi amigo mientras nuestras madres trabajaban abriendo camino teniendo trabajo que no fuera ser sufrida ama de casa, que también. Y supongo que era feliz porque no tengo ningún mal recuerdo, todo lo contrario. Puedo cerrar los ojos y sentir a las pescaderas, respirar el aire perfumado de olor a pescado y salitre, ver balancearse las viejas barcas a remos y el pelo rubio de aqueña niña de la que no recuerdo su rostro...
Antón Rendueles

The Adversiter Chronicle, diario dependiente cibernoido
Salt Lake City, Utah
Director Editorial: Perry Morton Jr. IV
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