Suplemento
literato cutre de The Adversiter
Chronicle
Libro: Memorias
Autor:
Leni Riefenstahl
Editorial:
Editorial Lumen
Traducción:
Juan Godo Costa
Edición:
Primera edición 1991
¿Hasta qué punto es culpable un artista de que su
talento y su obra se desarrollen en un sistema totalitario y su arte
elevado a ejemplo de los valores del totalitarismo?
Hago esta pregunta porque dentro del imaginario
colectivo sobre el nazismo para las generaciones nacidas después de
la II Guerra Mundial, hay un icono que hemos visto y nos ha
despertado la curiosidad al menos una vez en la vida: Leni
Riefenstahl.
Alemania en la década de los 20´s con un Berlín
vanguardia de tendencias artísticas pero también políticas con una
URSS que trata de exportar su revolución y una Italia que ha
encontrado en el fascismo un faro que guíe hacia la prosperidad y el
imperio...
También un nuevo arte, el cine, que está descubriendo
nuevos códigos visuales y que ya es sonoro. Una joven artista de la
danza pero cuya sensibilidad artística encontrará en el cine la
forma de plasmar sus encuadres, contar historias donde la imagen es
soporte de la palabra y transmitir al público su arte para la
fotografía, sin embargo su época de mayor esplendor e inspiración
se desarrolla bajo el régimen nazi que ve en ella la persona capaz
de plasmar en imágenes su ideal racial.
Y es que Leni Riefenstahl no es sólo una cineasta y
fotógrafa reconocida, es también la voz de la mayoría silenciosa
alemana de la época que viven una era oscura y que al fin de la
contienda tuvieron que aprender a enterrar el pasado porque uno de
las más graves consecuencias del periodo nazi es que condenó a dos
generaciones de alemanes a sufrir el escarnio y la acusación de ser
nazis pese a que las pruebas indicaban su inocencia y su pecado fue
vivir la época.
De Leni Riefenstahl mujer se ha dicho y escrito de todo,
desde que bailaba desnuda para Hitler hasta que fotografiaba el
holocausto pasando por poner su talento al servicio del régimen. De
Leni Riefenstahl cineasta siempre se le reconoció su talento, la
magia de sus imágenes y su carácter de pionera en los secretos
cinematográficos.
El
libro que traemos hoy es la historia de Leni Riefenstahl contada por
Leni Riefenstahl. Quien busque morbo, aunque es indudable que leemos
con el mismo cuando se refiere a Hitler y su régimen, saldrá
decepcionado porque estamos ante todo leyendo las memorias de una
cineasta que nos permite asomarnos a su intimidad con pequeñas
pinceladas, las justas para encuadrar su persona en los distintos
periodos de su vida. El único reproche, de lector ávido de su
lectura, es quizás que hay muchos detalles de su periplo en tierras
de África y añoramos más detalles del periodo nazi, aunque se
agradece su memoria para los detalles de sus conversaciones con el
propio Hitler y alguno de sus colaboradores cercanos...
Pero mejor unos breves pasajes que os animarán a su
lectura más que mi verborrea:
Recuerdos de la infancia...
“
Una
experiencia infantil inolvidable fue para mí la primera obra de
teatro que vi por
Navidad cuando contaba cuatro o cinco años:
`Blancanieves´. Me causó una excitación extraordinaria, y recuerdo
muy bien el regreso a casa en el `eléctrico´: los otros pasajeros
se tapaban las orejas y pidieron a mi padre que hiciera callar de una
vez a aquella criatura que parloteaba histéricamente. El teatro, el
mundo misterioso que existía tras el telón, los `malos´ sobre
todo, que hacían de las suyas sobre el escenario, no me dejaron en
paz desde entonces. Fui convirtiéndome en una niña ansiosa de
saber, que importunaba a la gente con toda suerte de preguntas que de
algún modo se relacionaban con el teatro.”
En la Cancillería del Reich...
Fue
en la última semana de agosto de 1933 cuando fui invitada por
teléfono a un almuerzo en la Cancillería del Reich. Con un mal
presentimiento, cogí el coche y me dirigí a la Wilhelmstrasse.
Brückner me recibió y me indicó un asiento en una larga mesa. Ya
se encontraban reunidos unos treinta o cuarenta hombres, la mayoría
de ellos en uniforme de las SA y de las SS del partido
nacionalsocialista. Sólo unos pocos vestían de paisano. Como único
ejemplar del sexo femenino, me sentía completamente desplazada. Con
la excepción de de los ayudantes (de Hitler) Brückner y Schaub, no
conocía a ninguno de aquellos señores. Cuando Hitler entró en la
sala, fue saludado brazo en alto. Tomó el asiento del extremo. Se
hablaba animadamente, pero pronto sólo se oyó su voz. Yo tenía un
único pensamiento en la cabeza, me preguntaba por qué se me había
invitado.”
OLYMPIA...
“
El
nerviosismo del público se me contagió. ¿Cómo sería acogida la
película (en su estreno)? Nadie, aparte de mis colaboradores, la
había visto hasta aquel momento.
Ningún miembro del COI, ni
siquiera el secretario general de los Juegos Olímpicos, el profesor
Dr. Diem, que, sin embargo, era el promotor. Para mí habría sido
insoportable mostrar una obra no terminada... Desgraciadamente soy
una perfeccionista incorregible. ¿Seguirían los espectadores el
desarrollo de la película, se aburrirían? La larga duración de la
proyección me preocupaba, pues las dos partes juntas ocupaban casi
cuatro horas. Yo estaba en contra de esta proyección conjunta, pero
el distribuidor lo había querido así. Después de la primera parte,
estaba previsto un descanso de media hora. Mis pensamientos fueron
interrumpidos por las aclamaciones de la multitud. Había llegado
Hitler y tomó asiento en el palco central. La sala se oscureció
lentamente, enmudecieron los vivas y la orquesta atacó las primeras
notas. Como obertura se ejecutó la composición de Herbert Windt
sobre la carrera de maratón, dirigida por él mismo. Luego, cuando
se abrió la cortina y en la pantalla apareció en grandes caracteres
la palabra OLYMPIA, me eché a temblar.”
El crepúsculo del régimen nazi...
También
acerca de la muerte de Rommel parecía saber algo la señora Schaub.
Hitler debió sentirse trastornado cuando se enteró de la relación
de Rommel con los oficiales del atentado del 20 de julio; sobre todo
porque se preveía a Rommel su sucesor. A mi pregunta de si creía
todavía (la señora Schaub, mujer del más antiguo ayudante de
Hitler) en una victoria, dijo que no. llorando me dijo que ya no
vería más a su marido, porque no quería abandonar al Führer y
quería morir en Berlín, en el búnker. `Si mi marido muere´,
exclamó desesperadamente, `yo también quiero morir con los niños´.
En vano traté de tranquilizarla.”
Expedición a África...
“
Después
de aquel encuentro, me sentí como si hubiese nacido de nuevo. Otra
vez veía una misión, un objetivo. Todos los problemas me parecían
solubles; incluso
desaparecieron mis molestias físicas. Con gran
impulso me lancé a los preparativos. Nunca habían sido tan ideales
las posibilidades de hacer un buen documental en África con tan
escasos medios. El permiso del gobierno sudanés que yo había
obtenido de Abu Bakr en Khartum no tenía precio. Si yo no hubiera
estado tan difamada en Alemania, cualquier compañía de televisión
o de cine habría financiado la película. De Ron Hubbard no había
vuelto a tener noticias desde el momento que rehusé el proyecto
sudafricano. Philip Hudsmith se hallaba todavía en Oceanía y mis
amigos japoneses, los hermanos Kondo, habían regresado a Tokio
cuando se construyó el Muro de Berlín.”
Ritos de los nuba...
Los
nuba se encontraban en tal estado de éxtasis que, con tal de que no
nos mezclásemos con las que danzaban, pudimos trabajar sin
impedimento alguno. Parecía que todas las muchachas de Nyaro
participaban en aquella fiesta. Los luchadores, en cambio, los
`Kadundors´, se hallaban sentados, pintados y adornados, junto a los
tambores, en el interior de la abierta rakoba. Con la cabeza baja,
sujetando sus palos y haciendo sonar los cascabeles con el temblor de
las piernas, esperaban las declaraciones de amor de las muchachas.
Las mujeres de edad acompañaban con sus cantos los desenfrenados
ritmos de las danzantes. Otras mujeres, que bailaban con sus hijas,
cantaban su inocencia. De repente, las muchachas se acostaron con la
espalda contra el suelo, levantaron las piernas, las abrieron y las
madres alabaron cantando con voces estridentes la virginidad de sus
hijas. En esta danza, aparte de niños y madres, sólo podían tomar
parte vírgenes.”
Apasionante biografía de una apasionada mujer que
siempre supo captar los matices de mundos que acaban siempre
desapareciendo, desde el totalitarismo a las tribus primitivas de
África pasando por arrecifes de coral y el mundo submarino. Una
artista víctima de su tiempo donde un año premiaban su talento y
años después acusada y difamada por prostituir el mismo al servicio
de la supremacía racial. Un curioso castigo de los dioses con una
obra eterna que vemos en fragmentos en documentales sobre el nazismo
pero pocos ven la obra en su contexto y en su conjunto, tal vez
porque su visión, como la de todos los talentos, supera el localismo
temporal para ser eterna y como tal siempre manipulada...
Lectura obligada de sibaritas cinematográficos,
curiosos de una época vista por un contemporáneo así como para
amantes de biografías, funcionarios con baja médica, parados de
eterna duración y para todos aquellos que se preguntan quién rodó
las escenas las olimpiadas de 1936, el congreso nazi en su máximo
esplendor y tienen el gusanillo de salir con su cámara a plasmar su
visión de las cosas. Ideal para la suegra que nos preguntará con
cara de haba por qué no sale Franco...