"Ni a pata ni alpargata y mucho menos a la Alcarria", suplemento viajero cutre
Suplemento viajero cutre de
The Adversiter Chronicle
El
viajero no logra conciliar el sueño. Le atrae la idea de visitar la Cuenca
Minera con su paisaje urbano lineal y las calles que se pateó con un familiar
desahuciado de cáncer, la liturgia de los mineros en los chigres, escasos y
enfermos pese a que algunos son terriblemente jóvenes. La juventud perdida
entre una industria en extinción, las drogas y sentimiento de gueto con
historias de familiares muertos en la mina o jóvenes minerosmuertos en la carretera. La compra del cupón
para visitar al familiar postrado. Paisaje alterado por la autovía y la burbuja
inmobiliaria que creó dos orillas urbanas, una moderna, dinámica donde los
monos de faena han sido sustituidos por moda consumista. Y la otra orilla, al
pie de vía de casas de paredes desconchadas, de carretera general por centro
urbano, de esquelas de huelgas y manifestaciones, del alma de un mundo que ya
no existe…
Es
la otra parte del viaje la que induce a la pereza viajera. Por disponer de
tiempo debe el viajero adecentar y dejar en estado de revista las lápidas de
algunos de sus muertos.
Al
viajero no le fascina la muerte a la que ve como un negocio terrenal más. El
viajero aprendió hace una eternidad que los muertos deben llorarse en
recogimiento íntimo y que venerar un montón de restos en un lugar acotado es
otro parque de atracciones más, pero miente el viajero si piensa que no le
afecta… Sentimientos encontrados que hacen al viajero levantarse a esa siempre
inoportuna sensación de orinar en noches de vigilia inesperada cuando más se
necesita dormir para estar fresco al día siguiente.
El
viajero vuelve a la cama con reconfortante sensación de alivio y se acurruca ya
sí cansado y deseando dormir, el ruido de la ventana indica que deben ser cerca
de las seis y así se queda dormido mientras barrunta mentalmente que hasta las
diez que suene el despertador sólo quedan cuatro horas y que la mañana en el
cementerio puede ser agobiante como una mañana de resaca, pero finalmente se
queda dormido mientras la radio escupe el primer noticiero de la mañana…
El
viajero se desplaza al cementerio como copiloto. Al viajero le gusta conducir
de noche y de día ir de pasajero siempre que tiene oportunidad porque aún sigue
mirando por la ventanilla y maravillándose de la belleza del paisaje y los
lugares como cuando era niño y desconocía a donde llevaban aquellos mundos
fugaces de cosas, seres, animales, construcciones, que sólo duraban un segundo
en su retina. Por eso al viajero le gusta viajar en tren, porque el viajero
vuelve a sentir el abrigo de la infancia cuando mira un paisaje a través de la
ventanilla de un coche sin sentir el frio del mundo adulto que siempre
terminaba por colarse en la manta de la inocencia infantil…
Hacía
dos años que el viajero no emprendía la ruta donde la Autovía Mineraparece que
haya estado ahí toda la vida cuando el viajero recuerda la apertura de los
túneles de la carretera general y el avance que significaban. Carretera de
túneles y mortal bajada que se tornaba en macabra subida al regreso. El viajero
recuerda la muerte de un joven que sacó el carnet de moto a la vez con la
diferencia de que el viajero cerró los ojos cuando se examinó y el chaval había
sido motero desde crío. Viajaba con su hermana en la grupa, murió decapitado al
chocar con un camión, esos camiones de aquellas carreteras asturianas,
renqueantes y cargados hasta los topes que te hacía reducir a segunda y frenar
para no comerte la defensa trasera. Sus padres tenían el Bar Semáforo y su funeral hizo que un cuélebre motero se desplazara
a rendirle homenaje. El viajero nunca ha vuelto a subirse a una moto aunque le
gustaría tener una Harley para
recorrer la carretera…
Aparta
el viajero pensamientos que le retrotraen al pasado, ese tipo de pasado brumoso
donde el resultado es siempre el mismo: que gilipollas somos de jóvenes…
No
es que el viajero se considere un gilipooooollas, pero sí que de joven hay una
fase de gilipollez que sólo descubres décadas después cuando el ejercicio de
mirar atrás es pausado, sereno y sin remordimientos ya que ser gilipollas de
aquella no significaba más que simplemente eras inocente, éramos inocentes en
cierto sentido y cuando ves juventud sonríes porque la gilipollez nunca muera y
siga regenerándose instintivamente generación tras generación…
Considera
el viajero que tiene pensamientos demasiado trascendentales y profundos para un
viaje tan corto aunque el factor de ir a limpiar lápidas convierte todo en
normal.
Acompaña
al viajero un amigo, un buen tipo de esos que deberíamos tener el placer de
conocer por ley en nuestro periplo vital. Es el técnico el limpiar lápidas, es
conductor prudente y si bien no se prodiga en charlas, al menos cuando abre la
boca no es un cretino.
El
cementerio queda en la ruta de una ascensión, esas ascensiones que salpican las
parroquias, de casas desvencijadas, de desvencijados moradores robinsones de
una era desaparecida que te hace pensar que si Alejandro Casona viviera vería
satisfecha su afán de venganza por la aldea perdida que la industria minera
destruyó. En realidad el viajero cree que el escritor sentiría la misma pena al
ver los restos del cadáver dela minería
que busca refugio en el sector servicios y el turismo rural. Pero el viajero
sabe los caminos que llevan a chamizos escavados en la dura roca, alguna
historia de aquellas casas a pie de ladera, de siegas de prados con niveles de
inclinación no aptos para el ciclismo en ruta…
El
cementerio, a pie de carretera, donde normalmente puedes aparcar a la vera de
la entrada e incluso meter el coche, está colapsado de utilitarios que
serpentean aparcados como serpentea la carretera en su ascensión.
El
viajero filosofa al bajar la carretera andando desde donde está aparcado el
coche que cuando toque regresar la subida va a ser un rompe piernas, no tanto
por el esfuerzo como por el calor que augura un cielo despejado con aire fresco
y la multitud que pulula entre nichos y sepulturas con algún que otro panteón.
Antes
de llegar, se hizo parada a coger flores, otra vertiente del negocio y alivio
para las floristerías aunque el viajero considera absurdo gastar caudales en
cosas que acaban muriendo atufando el ambiente y que cuandovivenantes de marchitarse te roban el oxígeno mientras duermes, pero a los
difuntosles gustaban y acaba el viajero
entrando partícipe en la liturgia del negocio de la muerte, uno de cuyos dogmas
es que hay que comprar flores…
No
es grande el cementerio aunque muestra una anarquía arquitectónica en su diseño
y hay una explanada donde el viajero al pisar se percata de que está pisando
sepulturas, de infantes en su mayoría a las que el paso y deterioro del tiempo
han dejado en paisaje salvo alguna cruz que salpica la misma y te indica que
hay alguien enterrado donde pisas. Fijándose tras la sensación macabra de pisar
campo santo, el viajero se percata de que hay otros indicadores de que pisa
muertos cuando perímetros de ladrillo erosionado que apenas sobresale unos
pocos centímetros indican el contorno de una sepultura.
Enciende
el viajero un cigarro mientras observa a personas afanarse en dejar a sus
muertos con la sepultura adecentada, pero al final, como cada vez que debe ir
al cementerio, termina paseando la mirada por los panteones. Piensa el viajero
que un panteón sí es un lugar digno para venerar el recuerdo y el dolor de la
ausencia de los seres queridos, conocidos y amados. Aunque le sobrecoge al
viajero imaginarse a sí mismo en recogimiento de dolor en un panteón pudiendo
imaginar la inmensa soledad que le embargaría, es mejor que el espectáculo de
desconocidos alrededor de su recogimiento y desconocidos vecinos de nicho de
los difuntos…
El
viajero se sonríe recordando momentos de los dueños de los restos cuyas
sepulturas el acompañante del viajero limpia a buen ritmo y sabiamente
aconsejado por el viajero limpia y adecenta con presteza. El viajero lee para
sí mismo los nombres de los difuntos y les dedica el recuerdo de algún momento
pasado junto a ellos. Piensa el viajero que es el único homenaje decente que se
les puede hacer por su parte aunque les recuerda que no le gustan los
cementerios, no por su contenido pero sí por el vacío que emanan, no es un
silencio de soledad, es un silencio de intrascendencia y percatarse por un
momento que la vida tiene fin. Si estar vivo es amar entonces el recuerdo y las
flores de pensamientos hacia quienes ya no están seguramente, opina el viajero,
los cementerios son estériles como bálsamo. Pero
sabe el viajero que un día estará si sobrevive con la necesidad seguramente de
buscar consuelo a la ausenciaen ir a
ver las lápidas de los seres queridos y llevarles flores. Es por ello que el
viajero si rezara, rezaría para irse él primero…
El viajero
y su acompañante regresan al coche y piensa que no ha sido una mala mañana de
vísperas de difuntos, que las lápidas han quedado en estado de revista y que si
lo pudieran agradecer, sus muertos estaría contentos de una vela encendida y
flores, aunque el viajero opina que lo último que querrán los muertos será
pasearse por sus tumbas y que por eso hay casas encantadas, edificios malditos
y demás parafernalia del más allá…
El
viajero disfruta reposadamente del regreso, no tan absorto en el paisaje como
en los pensamientos que se arremolinan y siente cansancio, no el cansancio de
limpiar lápidas, para eso estaba el acompañante, sino porque echar de menos
siempre es cansado cuando suspiras por la lástima de que se fueran…
Llega
el viajero a casa, ordena sus papeles, enciende un cigarrillo y deja que el
recuerdo se eleve con el humo mientras regresa a su rutina vital y sale de la
retina del dolor de la ausencia mientras un saxo languidece, igual que la
Cuenca Minera de paredes desconchadas, vía de tren con paso a nivel y un soplo
de aire de cementerio en el ambiente...
The Adversiter Chronicle,diario
dependiente cibernoido Salt Lake City, Utah Director Editorial: Perry Morton Jr. IV http://theadversiterchronicle.org/
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